La comedia boba
o el arte de sacarle un excelente partido a lo inverosímil…
Título original: Mr. Peabody and
the Mermaid
Año: 1948
Duración: 89 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Irving Pichel
Guion: Nunnally Johnson.
Novela: Guy Jones, Constance Jones
Música: Robert Emmett Dolan
Fotografía: Russell Metty (B&W)
Reparto: William Powell; Ann Blyth; Irene Hervey; Andrea King; Clinton
Sundberg; Art Smith; Hugh French; Lumsden Hare; Frederick Clarke; James Logan; Mary
Field; Beatrice Roberts; Cynthia Corley; Tom Stevenson; Mary Somerville; Richard
Ryan.
Aunque siempre hablamos de la serie B para referirnos
a los thrillers, es obvio que hay también una serie B para las comedias,
esas a las que ahora he calificado yo de bobas y que son una demostración
inequívoca del arte de explotar narrativamente un argumento a todas luces
inverosímil, pero tratado con una seriedad que, dependiendo sobre todo del
poder persuasivo de los actores, hace pasar a los espectadores un rato
distraído, agradable y feliz; porque, aceptada la estrafalaria situación, en
poco o nada se distingue una buena comedia A de enredo, sea alocada o no, de esta
película de Irving Pichel, de quien acabo de criticar dos obras muy distintas,
un melodrama y una «de aventuras» sobre mundos perdidos: She, la diosa de
fuego. Domador de sirenas completa la variedad de registros de los
que es capaz Pichel, aun dentro de su modestia artística, que no excluye un
relevante dominio del oficio, porque esta la podría haber firmado cualquiera de
los muy reconocidos, como Jean Negulesco, por ejemplo. Que Nunnally Johnson sea
el guionista y productor me permite ponerla en relación con la que él mismo
dirigió: How to be very, very popular, tan boba como la presente, si
bien con mayor mordacidad crítica.
El punto de partido es el viaje a las
Antillas que hace un matrimonio bien avenido, de clase media-alta, con el fin
de liberarse un poco de todo y, especialmente, de la incipiente «crisis de los
50 que afecta al marido, aunque William Powell esté más cerca de los 60 que de
los 50, cuando la rueda. Pero ya se sabe que en Hollywood las edades oficiales
son las que estipula el guion, indiscutiblemente… En un lugar poco menos que
paradisiaco, alquilan una casa, hacen vida social en el club y el marido se dedica
a su afición favorita: la pesca. Todo esto, por supuesto, tiene un prólogo
bastante divertido en la consulta de un psiquiatra, adonde ha llevado la esposa
a su marido para que lo curen de su adolescente enamoramiento de una sirena,
tal cual. Y no tardamos, después de dos episodios de flirteo por separado del
matrimonio, en entrar en el meollo del asunto, cuando el afortunado pescador
logra izar a su barco a Ann Blyth, quien había destacado dos años antes en Alma
en suplicio, de Michael Curtiz, por la que fue nominada al Oscar como
actriz e reparto. Es decir, que, por reparto, en modo alguno una película que
cuenta con ella, con William Powell y con Irene Hervey, que compone una irónica
esposa deliciosa, debería ser considerada de serie B, y quizás esta en
particular eleve lo suficiente el interés como para competir en la liga de las
A con todo derecho.
La acción transcurre en una isla, con
administración inglesa, y de ella se derivan los chistes de rigor sobre el
inglés de los ingleses y el de los usamericanos, además de ciertos «procedimientos»
formales cuando desaparece la esposa del protagonista, después de una discusión
centrada en el malentendido sobre la infidelidad del marido, y ha de entrar en
acción la policía. La película está llena de situaciones felices que contribuyen
al lucimiento absoluto de Powell, un actor de comedia muy valorado por su serie
de películas sobre «The Thin Man», formando inolvidable pareja con Myrna Loy. La
película incluye magníficas tomas submarinas de la sirena, quien acaba viviendo
en una suerte de palacio sumergido en el estanque de la casa alquilada por el
matrimonio.
Estamos en 1948, lo que implica que un
desnudo parcial de la sirena hubiese supuesto una violación flagrante del
código Hays de censura, pero ello le sirve al guionista, por ejemplo, para
crear una escena estupenda en la tienda de ropa interior femenina en la que el
protagonista no sabe cómo salir del brete en que se ha metido. Cabe decir que
la réplica de la vendedora potencia muchísimo la escena, y la hace muy propia
de las comedias de clase A. Y no deja de ser interesante, aunque no pueda
comunicarse con la sirena, el modo como le «vende» que ha de ponerse el
sujetador por el respeto que le deben al «pudor».
Insisto, la situación está desarrollada
con ingenio y buena progresión, que incluye un falso desenlace muy digno, pero,
construida como está sobre un disparate, hemos de contemplar el desarrollo de
la misma con los ojos poéticos con que se siguen obras cómicas de autores como
Jardiel Poncela o Miguel Mihura, por poner ejemplos cercanos a nosotros. Ya se
encargan los actores del reparto de dotarla, a la película, de una «solidez»
que nos enamora. Gags, como en buena película cómica, y aparte del de la
vendedora de lencería, los hay de principio a fin, pero me ha parecido
excelente el de un compatriota de los turistas a quien el médico ha prescrito
que deje el tabaco, para salvar su precaria salud, interpretado por el gran
secundario que fue Clinton Sundberg, quien, tras caminar unos pasos detrás de quien
ha arrojado una colilla a la arena de la playa, se tumba en ella para aspirar
el humo de la colilla con una expresión estática impagable. Son esos detalles
que te confirman la calidad de un guionista como Nunnally Johnson y el interés
que, por floja que sea la comedia, siempre tiene cualquiera que se ruede
asociada a su nombre.
No desvelo más de la trama, pero sepan
los espectadores que se postulen como candidatos a verla, que Domador de
sirenas está dentro de ese grandioso capítulo del cine usamericano que son
las comedias, por más que a esta le falte una buena dosis de acidez.
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