miércoles, 8 de febrero de 2023

«Domador de sirenas», de Irving Pichel o la dudosa B de la comedia...

 

La comedia boba o el arte de sacarle un excelente partido a lo inverosímil…

 

Título original:  Mr. Peabody and the Mermaid

Año: 1948

Duración: 89 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Irving Pichel

Guion: Nunnally Johnson. Novela: Guy Jones, Constance Jones

Música: Robert Emmett Dolan

Fotografía: Russell Metty (B&W)

Reparto: William Powell; Ann Blyth; Irene Hervey; Andrea King; Clinton Sundberg; Art Smith; Hugh French; Lumsden Hare; Frederick Clarke; James Logan; Mary Field; Beatrice Roberts; Cynthia Corley; Tom Stevenson; Mary Somerville; Richard Ryan.

 

              

              Aunque siempre hablamos de la serie B para referirnos a los thrillers, es obvio que hay también una serie B para las comedias, esas a las que ahora he calificado yo de bobas y que son una demostración inequívoca del arte de explotar narrativamente un argumento a todas luces inverosímil, pero tratado con una seriedad que, dependiendo sobre todo del poder persuasivo de los actores, hace pasar a los espectadores un rato distraído, agradable y feliz; porque, aceptada la estrafalaria situación, en poco o nada se distingue una buena comedia A de enredo, sea alocada o no, de esta película de Irving Pichel, de quien acabo de criticar dos obras muy distintas, un melodrama y una «de aventuras» sobre mundos perdidos: She, la diosa de fuego. Domador de sirenas completa la variedad de registros de los que es capaz Pichel, aun dentro de su modestia artística, que no excluye un relevante dominio del oficio, porque esta la podría haber firmado cualquiera de los muy reconocidos, como Jean Negulesco, por ejemplo. Que Nunnally Johnson sea el guionista y productor me permite ponerla en relación con la que él mismo dirigió: How to be very, very popular, tan boba como la presente, si bien con mayor mordacidad crítica.
                El punto de partido es el viaje a las Antillas que hace un matrimonio bien avenido, de clase media-alta, con el fin de liberarse un poco de todo y, especialmente, de la incipiente «crisis de los 50 que afecta al marido, aunque William Powell esté más cerca de los 60 que de los 50, cuando la rueda. Pero ya se sabe que en Hollywood las edades oficiales son las que estipula el guion, indiscutiblemente… En un lugar poco menos que paradisiaco, alquilan una casa, hacen vida social en el club y el marido se dedica a su afición favorita: la pesca. Todo esto, por supuesto, tiene un prólogo bastante divertido en la consulta de un psiquiatra, adonde ha llevado la esposa a su marido para que lo curen de su adolescente enamoramiento de una sirena, tal cual. Y no tardamos, después de dos episodios de flirteo por separado del matrimonio, en entrar en el meollo del asunto, cuando el afortunado pescador logra izar a su barco a Ann Blyth, quien había destacado dos años antes en Alma en suplicio, de Michael Curtiz, por la que fue nominada al Oscar como actriz e reparto. Es decir, que, por reparto, en modo alguno una película que cuenta con ella, con William Powell y con Irene Hervey, que compone una irónica esposa deliciosa, debería ser considerada de serie B, y quizás esta en particular eleve lo suficiente el interés como para competir en la liga de las A con todo derecho.
                 La acción transcurre en una isla, con administración inglesa, y de ella se derivan los chistes de rigor sobre el inglés de los ingleses y el de los usamericanos, además de ciertos «procedimientos» formales cuando desaparece la esposa del protagonista, después de una discusión centrada en el malentendido sobre la infidelidad del marido, y ha de entrar en acción la policía. La película está llena de situaciones felices que contribuyen al lucimiento absoluto de Powell, un actor de comedia muy valorado por su serie de películas sobre «The Thin Man», formando inolvidable pareja con Myrna Loy. La película incluye magníficas tomas submarinas de la sirena, quien acaba viviendo en una suerte de palacio sumergido en el estanque de la casa alquilada por el matrimonio.
                 Estamos en 1948, lo que implica que un desnudo parcial de la sirena hubiese supuesto una violación flagrante del código Hays de censura, pero ello le sirve al guionista, por ejemplo, para crear una escena estupenda en la tienda de ropa interior femenina en la que el protagonista no sabe cómo salir del brete en que se ha metido. Cabe decir que la réplica de la vendedora potencia muchísimo la escena, y la hace muy propia de las comedias de clase A. Y no deja de ser interesante, aunque no pueda comunicarse con la sirena, el modo como le «vende» que ha de ponerse el sujetador por el respeto que le deben al «pudor».
                Insisto, la situación está desarrollada con ingenio y buena progresión, que incluye un falso desenlace muy digno, pero, construida como está sobre un disparate, hemos de contemplar el desarrollo de la misma con los ojos poéticos con que se siguen obras cómicas de autores como Jardiel Poncela o Miguel Mihura, por poner ejemplos cercanos a nosotros. Ya se encargan los actores del reparto de dotarla, a la película, de una «solidez» que nos enamora. Gags, como en buena película cómica, y aparte del de la vendedora de lencería, los hay de principio a fin, pero me ha parecido excelente el de un compatriota de los turistas a quien el médico ha prescrito que deje el tabaco, para salvar su precaria salud, interpretado por el gran secundario que fue Clinton Sundberg, quien, tras caminar unos pasos detrás de quien ha arrojado una colilla a la arena de la playa, se tumba en ella para aspirar el humo de la colilla con una expresión estática impagable. Son esos detalles que te confirman la calidad de un guionista como Nunnally Johnson y el interés que, por floja que sea la comedia, siempre tiene cualquiera que se ruede asociada a su nombre.

         No desvelo más de la trama, pero sepan los espectadores que se postulen como candidatos a verla, que Domador de sirenas está dentro de ese grandioso capítulo del cine usamericano que son las comedias, por más que a esta le falte una buena dosis de acidez.

        

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