martes, 28 de febrero de 2023

«Sin novedad en el frente», de Edward Berger y «Argentina, 1985», de Santiago Mitre.

 

Título original:  Im Westen nichts Neues

Año: 2022

Duración: 147 min.

País:  Alemania

Dirección: Edward Berger

Guion: Lesley Paterson, Ian Stokell, Edward Berger. Novela: Erich Maria Remarque

Música Volker Bertelmann

Fotografía: James Friend

Reparto: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus, Edin Hasanovic, Daniel Brühl, Sebastian Hülk, Adrian Grünewald, Devid Striesow, Thibault de Montalembert, Anton von Lucke, André Marcon, Michael Wittenborn, Andreas Döhler, Joe Weintraub, Luc Feit, Peter Sikorski, Michael Stange, Tobias Langhoff, Dominikus Weileder, Alexander Schuster.

 

 

Título original:  Argentina, 1985

Año: 2022

Duración: 140 min.

País: Argentina

Dirección: Santiago Mitre

Guion: Santiago Mitre, Mariano Llinás

Música: Pedro Osuna

Fotografía: Javier Juliá

Reparto Ricardo Darín, Peter Lanzani, Alejandra Flechner, Carlos Portaluppi, Norman Briski, Héctor Díaz, Alejo García Pintos, Claudio Da Passano, Gina Mastronicola, Walter Jakob, Laura Paredes, Gabriel Fernández.

 

Guerra en los Oscar: la barbarie del 14 y el genocidio del 76 al 81: dos muestras de la degradación militar.

 

         Dos películas, entre otras, compiten por el Oscar a la mejor película extranjera con serias posibilidades: un remake con el mismo título de la filmada por Lewis Milestone en 1930 y una crónica de la justicia que se le hizo a la cúpula militar que guerreó de la manera más bárbara, cruel y hasta sádica contra los militantes izquierdistas a los que diezmó desde el abuso de poder y la fortaleza de ser los depositarios de las armas para la defensa del país frente a agresiones externas. Es cierto que la segunda solo impropiamente puede ser llamada «guerra», y quizás debiera recibir el nombre de «represión genocida», pero el protagonismo militar lo permite, porque se aplicaron degradadas tácticas militares contra el «enemigo interno: los ‘subversivos’». En ambos casos, además, son los jóvenes los principales damnificados por la barbarie de sus mayores, si bien en el caso de Sin novedad en el frente, los mayores los empujan a la barbarie con entusiasmo, engañándolos vilmente, y, en Argentina, 1985, son los propios mayores los que acaban con ellas de los modos más crueles imaginables, porque ¿de qué modo calificar las torturas de la EMA o los vuelos nocturnos que arrojaban a esos jóvenes al océano, algunos vivos aún, tras las terribles torturas?  Vayamos por partes.

         Sin novedad en el frente ya causó en su estreno una poderosa contestación del movimiento hitleriano: hasta ratas se soltaron, en el cine donde se estrenaba, los sicarios de Goebbels para impedir que los ciudadanos recibieran un mensaje tan demoledor contra el nacionalismo que corrompió a tantos jóvenes ingenuos como en ese momento lo estaba haciendo el nazismo a pocos años de su asalto al poder. Se trató, pues, de una novela «valiente» y de una película «necesaria», y bien se puede observar, comparando una y otra, la excelente vigencia de la de Lewis Milestone, en blanco y negro, frente a la de  Edward Berger, con un color especialmente persuasivo para entender la sangrienta barbarie que significó una guerra de trincheras en la que se inmolaron tantos millones de jóvenes bien podríamos decir que inútilmente y al servicio de una ideología nacionalista alemana que los vencedores no fueron capaces de combatir, sino de alimentar con la onerosa paz de Versalles. Fieles ambas versiones a la novela de Erich Maria Remarque, es lógico que los guiones de ambas hayan descrito situaciones idénticas, con escasas variaciones en cuanto a la puesta en escena, más sobria y realista en el caso de la primera versión, más escenográfica e impactante en esta última versión, como en el caso de la muerte del enemigo en la zanja entre trincheras en la que ambos coinciden. La atención detallada a los males de la guerra, de las amputaciones, las heridas, etc. adquiere en esta nueva versión un papel que refuerza el pánico en que se sumen los jóvenes soldados a quienes nadie les describió los horrores de la guerra, ni ningún profesor de arte les mostró los estremecedores grabados de Goya, por supuesto. Remarque fue llevado al cine en muchas ocasiones, pero de ellas yo solo he visto dos, ambas notables: Arco de triunfo, también de Milestone, Tiempo de amar, tiempo de morir, de Douglas Sirk y la muy curiosa Así acaba la noche, del siempre sorprendente  John Cromwell, con un jovencísimo Glenn Ford.

         El contraste radical entre el falso «idealismo» nacionalista y la realidad brutal de la despiadada contienda militar justifica por sí solo la revisión del clásico, esta vez, además, no desde el lado de los vencedores, como la película de Milestone, sino del de los perdedores, que, más de un siglo después,  digieren con profundo espíritu crítico las aberraciones de sus antepasados. Hace muy poco criticaba en estas paginas Benediction, de Terence Davies, que abundaba en los traumas de aquella guerra inclasificable; una contienda que, además, nos ha dado obras cinematográficas tan importantes como Rey y patria, de Losey o Senderos de gloria, de Kubrick. Y si el antibelicismo forma parte del discurso humanista, no es menos cierto que nada prueba, en nuestros días, contra la necesidad de liberarse de sus invasores rusos que tienen los ucranianos; como nada probaba contra los ejércitos que se defendían en 1914 de la agresión alemana.

          Buen ojo ha tenido Daniel Brühla la hora de convertirse en productor, aunque también actúa, porque la película ha salido redonda.

         Argentina, 1985, que ha sido un modo de fijar una fecha redentora de la recién nacida democracia tras, acaso, el quinquenio más negro de su historia, es una película que ha levantado cierta polémica, no solo por el enfoque de la misma, sino por las «apropiaciones indebidas», como la del peronismo, y, sobre todo, por los «silencios y olvidos», como el muy escaso relieve que se le otorga al presidente Raúl Alfonsín, de quien parte la decisión de enjuiciar a la cúpula militar fuera de los tribunales militares y, por lo que afecta al desarrollo del juicio, el incomprensible olvido del llamado «Informe Sábato» que con un año de anterioridad al juicio documentó más de 7000 casos de violaciones de los derechos humanos por las juntas militares que gobernaron dictatorialmente el país. Veía la película, excelente cinematográficamente, y no dejaba de preguntarme si el informe del grupo de trabajo presidido por Ernesto Sábato fue anterior o posterior al famoso juicio. Comprobado, a posteriori, que fue un año anterior, me hago cruces de que el equipo de Strassera aparezca como empezando de nuevo unas pesquisas que ya habían dado un fruto tan amargo en el informe del escritor. Por otro lado, y esto conviene aclararlo de forma previa, para dejar intactos los valores estrictamente cinematográficos de la película, la persona del fiscal y juez Strassera está contemplada desde una cierta asepsia que obvia un pasado «actuante» en el estado dominado por el régimen militar, desde su condición de jurista, es cierto, pero con fallos judiciales que, implícitamente, avalaban la imposible legalidad de dicho gobierno de facto. De hecho, su renuncia inicial a ser nombrado fiscal del juicio a los militares se deriva de la intuición de que se le quiere tender una trampa para encausarlo, acaso, a él también. Solo un brevísimo diálogo en la película da a entender ese oscuro pasado de Strassera, pero en modo alguno se indaga en esa dirección. Al contrario, se resalta la abnegación y la solidez jurídica de su planteamiento acusador que llevó a la cárcel a los altaneros militares que tuvieron su momento de maldita «gloria» con la consecución del título de campeones del mundo que organizó Argentina en 1978.

         La película merece ser vista de todas todas, porque es un ejercicio cinematográfico que, centrándose en el procedimiento judicial, es capaz de imitar con absoluta naturalidad el cine usamericano de bufetes o abogados que luchan contra todos los imponderables para sacar adelante una causa justa, como vimos hace poco en Aguas oscuras, de Todd Haynes, sobre la contaminación asesina de las aguas por parte de la empresa fabricante del Teflón. Hay un espíritu de rebeldía juvenil que contagia el entusiasmo por una instrucción de la que depende nada menos que el más importante juicio político de la historia de la Argentina. No es que Strassera esté solo ante el peligro, sino que sobre su equipo se ciernen todo tipo de amenazas, lo mismo que sobre su familia. Y esa veta familiar de la película está muy conseguida, sobre todo la especial relación que tiene el fiscal con su hijo adolescente, con quien consulta casi de tú a tú ciertos aspectos que sorprenden al espectador. A ese mismo hijo, por ejemplo, le ha escandalizado que el peronismo gobernante intente apropiarse de la «obra» de su padre, cuando, en aquel momento, fueron muy reticentes a que ese juicio pasara de la jurisdicción militar a la civil. Está fuera de toda duda que Ricardo Darín es el mejor actor argentino de los últimos tiempos, en dura competencia con muchos otros, pero el desempeño en la piel de Strassera consigue una verosimilitud absoluta y usa para ello un repertorio de incomunicaciones que expresan a la perfeccion la complejidad de un personaje no poco insatisfecho consigo mismo, a pesar de su redención última a través del gran juicio.

         No son muy complicados los entresijos judiciales, y ello permite seguir casi con espíritu de thriller el desarrollo de los escasos cuatro meses de que dispone la acusación pública para desnudar los crímenes de la dictadura. La gran habilidad de las tramas paralelas familiares de Strassera y de su ayudante, el fiscal novato, hijo de militares, Luis Moreno Ocampo, quien se ve metido en algún que otro embolao a pesar de sus antecedente familiares, por la incomprensión gremial de a quienes les parece atroz que se les persiga por haber evitado caer a la nación en manos de los «subversivos», consiste en crear la tensión necesaria para generar en el espectador —a pesar de que es una película «histórica»— la tensión de si finalmente se llevará a cabo o no. Incluso somos capaces de temer, inmersos en la narración, por la vida del propio Strassera.

         Y, finalmente, la fase culminante: el gran juicio. Si las películas de juicio suelen ser un espectáculo dialéctico, al menos las usamericanas, en este caso, y dados los crímenes de que se acusa a los militares, lo que desfila ante los ojos estremecidos de la nación argentina y ante el ánimo acongojado de los espectadores es un relato contundente y abrasivo del genocidio concienzudo que llevaron a cabo esos endemoniados «salvadores de la patria» que siguen convencidos, desde el banquillo de los acusados, de haber trabajado por el bien de la nación. Ciertos testimonios son una fuente de horror que nos deja hechos unos zorros ante la pantalla y nos preguntamos cómo ha sido posible tanta maldad institucionalizada, y sabemos que cualquier dictadura se mira en el espejo de la argentina o de la chilena o de la cubana o de la coreana o de la venezolana o de la nicaragüense o de la rusa o de la china o de la… en una lista de horrores que son  la pesadilla de la Humanidad.

         Sí, el pathos es de altísima intensidad, y de ahí la catarsis y el regocijo por el triunfo parcial de la verdad y de la justicia.

 

                    

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