miércoles, 1 de noviembre de 2023

«El Águila negra», de Clarence Brown «ad maiorem Valentino gloriam»…

La última novela de Pushkin llevada al cine por un maestro como Clarence Brown, en este caso, al servicio del primer «astro» del cine.

 

Título original:  The Eagle

Año: 1925

Duración: 73 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Clarence Brown

Guion: Hanns Kräly. Historia: Alexander Pushkin

Fotografía: George Barnes, Dev Jennings (B&W)

Reparto: Rudolph Valentino; Vilma Bánky; Louise Dresser; Albert Conti; James A. Marcus;

George Nichols; Carrie Clarke Ward; Gustav von Seyffertitz; Gary Cooper.

 

          Tenía ganas de recordar el modo como Valentino seducía desde las pantallas a un universo de mujeres incondicionales de su galantería italiana, porque la última vez que lo vi acaso se remonte a cuarenta o cincuenta años atrás. Aprovechando que Filmin nos ofrece una película dirigida por un director a quien ya se ha admirado en este Ojo cuatro veces, y sobre todo en la adaptación que hizo de Intruder in the dust, de Faulkner, Han matado a un hombre blanco, Clarence Brown, me he dado el gustazo de  conocer una película que supuso, en su momento, la reconciliación de Valentino con el éxito, tras una pérdida de popularidad asociada a su extravagante vida de «estrella», acaso la primera del celuloide y, por ello mismo, tocada por la varita de la inmortalidad; se trata de la antepenúltima película rodada antes de rodar El hijo del Caíd, secuela de su gran éxito de 1921: El Caíd, y tras cuyo rodaje murió inesperadamente. Documentales hay, para los amigos de las celebridades, que abordan lo que supuso aquella muerte para sus innúmeras fans.

          La película arranca con una anécdota palaciega: la emperatriz Catalina está dispuesta a montar en su caballo favorito cuando un miembro de su guardia de cosacos se apodera de él para perseguir una diligencia desbocada en la que viajan dos mujeres, una mayor y otra joven y hermosa. Conseguido su objetivo, en una trepidante secuencia que recuerda al mejor Ford, el militar devuelve el caballo y, tras salir de paseo la emperatriz, se le acerca un emisario que lo cita a las seis de la tarde en el palacio de Catalina. La verdad es que la escena de seducción real que tiene lugar en ese encuentro debería entrar en los anales del cine erótico «vestido», acaso mucho más intenso que el desnudo. La perspectiva de convertirse, supongo que tras el flechazo con la joven a la que salva de un terrible accidente, en el amante oficial de la emperatriz, bastante mayor que él, no colma las aspiraciones del joven, quien se despide a la francesa y desaparece.

          Entonces, tras ese intenso prólogo, con unos decorados de fantasía y unos planos en los que la emperatriz y el cosaco compiten en igualdad de condiciones, comienza la segunda parte de la historia, en la que, enterado de que un noble quiere quedarse con las tierras de su agonizante padre, el joven se coloca un antifaz, se hace llamar «Águila Negra» y se conjura con sus seguidores para acabar con la tiranía de ese noble y recuperar sus propiedades. Tenemos, pues, una franca imitación de un personaje «El Zorro», que llegó a las pantallas en 1920 con Douglas Fairbanks en La marca del Zorro. Aquí el contexto nada tiene que ver con la ayuda a los campesinos explotados por los malvados españoles coloniales, sino con la defensa de las propias tierras y, cuando el protagonista se entera de que la joven hermosa de la diligencia es la hija de su odiado antagonista, de una historia de amor que se irá forjando en la complicidad de ambos jóvenes, sobreponiéndose a sus distintas y opuestas lealtades a su progenitor, en el caso de ella, a la memoria del suyo en el caso de él. El ardid de hacerse pasar por profesor de francés, suplantando la personalidad del contratado por su rival, lo que le da a Águila Negra la posibilidad de instalarse en los dominios del rival, añade una buena dosis de «representación», al desarrollo de ese romance, con la complicidad de los espectadores.  Además de la presencia, literalmente invisible, de un cosaco enmascarado en la partida de «Águila», que responde al nombre de Gary Cooper, en la escena del banquete hay un travelín en retroceso para ampliar el foco de los participantes en él bastante más que notable, por su modernidad. De igual manera, todas las escenas de acción que implican el uso de caballería están rodadas con una técnica que recuerda mucho a la del inconmensurable John Ford, lol que hace ganar muchos enteros a la película.

          En esos sucesos de la doble personalidad de Águila Negra se va cumpliendo el desarrollo del intensísimo amor al que el protagonista no puede renunciar, y se ha de reconocer que la réplica que la hermosísima Vilma Bánky le da a Valentino, los convierte en una pareja tocada por la fortuna, que repitió en El hijo del Caíd, por cierto.

          Valentino no solo era una buena y apuesta planta y un rostro atractivo, sino, también, un actor muy expresivo y capaz de no pocos registros, además del de seductor implacable. Es cierto que en algunas ocasiones parece adueñarse de él un modo de interpretar en que parece adoptar una distancia irónica sobre sí mismo, algo al estilo de «¿pero cómo no va a rendirse a mis pies esta hermosura de mujer si está ante Rudolph Valentino…?», algo que contribuye a dotar a la aventura de una dimensión irónica metacinematográfica que acaso nos complazca más a los espectadores de hoy que a los coetáneos del actor. En ese registro me ha venido a la memoria una versión francesa de las aventuras del Zorro con Alain Delon, El tulipán Negro, en la que un inmenso Adolfo Marsillach hacía de ridículo malvado, en la que el encantador actor francés adopta una actitud muy parecida a la de Valentino.

          El aval de la obra de Pushkin, más la posibilidad de ver en acción a todo un mito del cine como Valentino serían ya motivos suficientes para lanzarse a ver esta película muda a la que no le hace falta ni una sola palabra para conquistar a los espectadores. Ahora bien, la responsabilidad de ello tiene un nombre: Clarence Brown, uno de los grandes directores de la Historia del cine, aunque ni tan conocido ni tan alabado como merecería.

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