domingo, 12 de noviembre de 2023

«Whisky y gloria», de Ronald Neame

 


Las rivalidades militares y el apego al poder.

 

Título original: Tunes of Glory

Año: 1960

Duración: 107 min.

País: Reino Unido

Dirección: Ronald Neame

Guion: James Kennaway. Novela: James Kennaway

Música: Malcolm Arnold

Fotografía: Arthur Ibbetson

Reparto: Alec Guinness; John Mills; Dennis Price; Kay Walsh; John Fraser; Susannah York; Gordon Jackson; Duncan Macrae; Percy Herbert.

 

          Las películas bélicas sin guerra suelen tener mucha miga, porque, por lo general, son una muestra de psicologías que, en tiempos de paz, sin la práctica constante y propia del oficio, batallar, revelan abismos casi insondables, si bien sondeados. La vida militar, además, en un cuartel relativamente exento del entramado social urbano, tiene algo de microcosmos relativo, porque la vida de hombres relacionados casi exclusivamente con hombres en un oficio, en los tiempos de la película, solo de hombres, alumbraba conductas muy peculiares y un sí es no es neuróticas.

          La historia es sencilla, el coronel de un regimiento va a ser sustituido en el mando por alguien, cree él, que no reúne los méritos para ello y que lo humilla ante todo el mundo, dado su veteranía al mando del regimiento y su dominio de la situación. Sí es una suerte de jubilación, aunque antes de ser trasladado a otra unidad o ser dado de baja definitivamente, está en su mano elegir qué le conviene, dada su edad, ambos mandos, el antiguo y el nuevo, van a coincidir unas semanas en la fortaleza que sirve de cuartel a las tropas. Estamos, pues, ante dos retratos, uno total, el del antiguo mando, una interpretación prodigiosa de Alec Guinness, ¡una más en su largo historial de ellas!, y otro parcial, el del nuevo coronel, otra interpretación no menos gloriosa de John Mills, experto, como Guinnes, en cosecharlas. La rivalidad entre ambos se acentúa porque el nuevo mando de la fortaleza es hijo de quien ya fuera antes de ambos rivales el responsable del acuartelamiento. Para el nuevo, por lo tanto, es algo así como si tuviera «derecho» familiar sobre el puesto, a pesar de no tener ni la experiencia ni el don de mando que se requieren para semejante puesto, tan delicado, que implica una sutileza psicológica muy notable, a la hora de tratar con los subordinados, a quienes no se conquista, ciertamente, con la aplicación estricta del reglamento, que es lo que el nuevo mando pretende imponer a toda costa.

          El título en español no responde al original Tunes of Glory, «Melodías de gloria», pero anticipa uno de los grandes rasgos del retrato del viejo coronel: el acentuado alcoholismo que comparte llanamente con todos sus subordinados: nunca se ha bebido la suficiente, ni nunca se han escuchado demasiado las viejas canciones militares tocadas por las gaitas propias de un regimiento escocés: escenas que recuerdan algunas películas de Ford. Es cierto que el personaje de Sir Alec es un tirano, pero la relación con sus subordinados se ha construido sobre un explícito paternalismo que excluye el recurso al Reglamento y permite una convivencia que solo se tuerce y agría y hasta envenena cuando el responsable que lo suple  pretenda alterar radicalmente la forma de gobernar el acuartelamiento y, ciego de ira, en su vida personal, se interpone entre su hija y un soldado músico, una relación sentimental que no solo quiere interrumpir a toda costa, sino que lo lleva a vejar gravemente al enamorado de su hija, lo que le va a valer un consejo de guerra, o, al menos, esa es la intención del nuevo coronel del fuerte.

          La relación del protagonista con una mujer que se ha liberado de él, a pesar de sus intentos por atraerla de nuevo a una relación —él es viudo— en la que ha sido sustituido por un compañero de armas, permite una aproximación a la figura del protagonista que hace más densa su complejidad humana, porque es ella, ahora distante, quien sacará a relucir sus muchas virtudes y un lado humano que oculta su rigor y su autoritarismo.

          La historia va añadiendo episodios en los que se advierte el cambio de estilo de vida que impone el nuevo jefe del puesto, y en cada uno de ellos se revela el abismo entre las conductas de uno y otro mando, como si solo esa fuera la finalidad de asistir a su sucesión. Poco a poco, sin embargo, cuando la fidelidad de sus hombres se imponga a la obediencia debida al nuevo mando, este irá descubriendo que el viejo alcohólico al que sustituye tiene «algo» que a él le falta: ser querido, apreciado, tratado con una cordialidad humana propia de la solidaridad entre bebedores y camaradas que, aun aflojando la relación jerárquica, nunca la olvidan, y menos aún en tiempos de guerra, donde se forjan las leyendas individuales y el historial de servicios distinguidos.

          No debo ni sugerir qué episodio va a dar un vuelco a la narración, pero está claro que el tramo final que se inicia en ese momento forma parte de lo mejor y más impactante de la película, porque entonces comprendemos hasta qué punto ambos competidores por la responsabilidad del mando son hombres muy dañados psicológicamente, lo que los acerca el uno al otro hasta extremos inverosímiles, a tenor de lo visto hasta entonces en el desarrollo de la historia. La película va bastante más allá de un hipotético antibelicismo primario, porque en lo que ahonda es en conflictos de tipo personal que son independientes de la condición militar de ambos personajes. Ahí la película, bellamente rodada, se eleva por encima de las cominerías que parecían dirimirse hasta ese momento y ascendemos a las grandes tragedias del alma humana. Y hasta aquí puedo decir. El hecho de que se ruede en un enclave cerrado no contagia ninguna sensación de claustrofobia, porque los conflictos desatados tienen una intensidad que nos hace olvidar aspectos menores de la puesta en escena. Con todo, la diversidad de tomas, el efectismo de los uniformes, las paradas, la banda de gaitas, etc., contribuyen a que la película sea vea con mucho agrado. A ello contribuye, sin duda, el repertorio de secundarios que crean la sensación de vida real en la que tienen sentido las rivalidades y los dramas que se representan. Un ejercicio de minuciosidad psicológica cuyo revestimiento militar no nos ha de distraer de lo esencial.

 

 

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