lunes, 6 de noviembre de 2023

«Tár», de Todd Field o el retrato del endiosamiento.

La torturada vida de los «triunfadores»: un excelente retrato de la soberbia del poder.

 

Título original: TÁR

Año: 2022

Duración: 158 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Todd Field

Guion: Todd Field

Música: Hildur Guðnadóttir

Fotografía: Florian Hoffmeister

Reparto: Cate Blanchett; Nina Hoss; Noémie Merlant; Mark Strong; Sam Douglas; Sidney Lemmon; Murali Perumal; Diana Birenyte; Vivian Full; Amanda Blake; Julian Glover; Allan Corduner: Lucie Pohl; Lee R. Sellars; Sylvia Flote: Frank Röth; Sophie Kauer.

 

          Pasado el tiempo, y alejado de las controversias del estreno, es mucho más fácil y relajado acercarse a una obra tan compleja como la que, tras dieciséis años en el dique seco, la mitad de lo que llevaba Erice antes de su última película, Todd Field ha rodado, tras dos obras tan mayúsculas como En la habitación y Juegos secretos. No parece que le haya acompañado la suerte crítica ni el favor del espectador, porque de los 44 millones de inversión, solo han recaudado 6, al parecer (en todos lados cuecen habas, no solo en nuestro paupérrimo cine español). En fin, razón de más para que investiguemos si la película merece ese castigo de taquilla. A mi juicio la película es valiente y espectacular, pero tiene un problema casi irresoluble: el principal atractivo de la obra es la protagonista, o sea, el fantástico esfuerzo creativo de Cate Blanchett; pero, a su vez, y dada la inmisericorde personalidad del personaje Lydia Tár,  este se convierte en el principal enemigo del espectador, porque nadie en su sano juicio puede empatizar con una neurótica que roza el sadismo. Sí, es cierto que La pianista, de Haneke es, también, una película durísima, pero en el personaje de Isabelle Huppert hay al menos un átomo de ternura que no existe en el personaje de Lydia Tár, «Linda» de nacimiento, y que cambia, imaginamos, por acercarse a lo clásico y huir de la vulgaridad de sus orígenes de clase trabajadora, algo que se revela cuando, en la fase de decadencia vuelve a su hogar familiar y tiene el más gélido de los encuentros con su hermano, apenas un hola y adiós, y no quiero saber nada de ti.

          Antes de llegar a esa oscura realidad, la película se abre con una entrevista majestuosa, en un teatro, que le hace el crítico de New Yorker, Adam Gopnick. La entrada no puede ser más convincente, porque en el retrato inicial de la actriz, cuando asistimos a las confesiones íntimas sobre cómo ella vive la música y advertimos su falsísima humildad, el nivel alcanzado es absolutamente de especialistas en música, no de simples aficionados. Ahí Blanchet te atrapa y tú te dices que semejante análisis del arte musical te va a deparar una película en la que hasta vas a aprender, ¡y mucho! de los entresijos de la música. Tras un indisimulado flirteo con una hermosa admiradora que le ruega que le deje enviarle mensajes de texto, ante la contrariada mirada de su asistenta personal, advertimos que Tár no solo es una directora de orquesta famosa por ser la primera directora estable no «invitada» de una gran orquesta como la Filarmónica de Berlín, sino un peculiar ser humano que te apetece conocer en su totalidad para poder tener una impresión total de él. La continuidad narrativa nos lleva, tras una comida de trabajo donde apreciamos hasta dónde es poderosa la directora, a una clase magistral en la archifamosa escuela musical neoyorquina Juilliard. Asistimos, entonces, a un despedazamiento integral que roza el acoso intelectual y humano, humillante, a un aspirante a director que se atreve, ¡nada menos!, que a rechazar toda la obra de Bach por su orientación sexual… Nadie puede negarle al director que se moja de lo lindo en un asunto tan candente como el de la cancelación y el wokismo, pero el plano secuencia de la clase es la segunda joya que nos entrega en esta película de tan singular capacidad de atracción. Ver evolucionar a Tár por el aula, pontificando y descalificando a partes iguales provoca un terrible enfrentamiento con el joven, a quien parece que quiera hacer pagar el sinsentido ideológico que se ha apoderado de nuestras sociedades, porque la disociación entre el autor y la obra se lleva en esa escena al máximo, ¡nada menos que negarse a escuchar nada, absolutamente nada, de uno de los grandes genios de la música de todos los tiempos!

          En cuanto llega a Berlín y sabemos que vive en pareja con la primera violín de la orquesta y que tienen una hija problemática, entramos en la dimensión cotidiana de la protagonista, y entonces descubrimos que, junto a su brillantez como directora, sufre una sequía creativa que la tiene paralizada en apenas unos breves compases de una obra permanentemente inacabada, una suerte de refugio en el que, sin embargo, nada crece: un desierto, el que ella, cactus supremo, hace brotar a su alrededor. Que es hipocondríaca y maniática de la limpieza lo descubrimos, como otras cosas, por pequeños gestos, como el de empujar la puerta de un lavabo público protegida la mano por un pañuelo de papel, por ejemplo. Lo que sabemos, más adelante, es que quien tiene oído absoluto, como ella parece tener, las pesadillas le vienen por las alucinaciones auditivas, que la llevan a padecer de un insomnio muy acorde con su personalidad maniaco obsesiva. Es cierto que es una profesional indiscutible, pero cuando llega el momento de tomar ciertas decisiones, descubrimos que sus intereses sexuales bastardos se cruzan con sus responsabilidades de gestión, y ahí comienza una deriva que se cruza con la injusticia humillante que sufre su asistente personal, buscándose su enemiga.

          Después de dos tercios de película recreados en el lujo, la exquisitez y el brillante análisis psicológico de una mujer construida sobre la soberbia, el autoritarismo y el narcisismo patológico, se inicia un tramo aceleradísimo en el que no puedo ni debo entrar. Como pórtico tenemos una escena terrible, esta sí que propia de la película de Haneke, en la que la «cuidadora» —por decir algo…— de la anciana vecina llama a su puerta para que la ayude a levantar a la mujer, que se ha caído de la silla: la escena desgarradora de una mujer en un charco de heces, famélica y desnuda no es boca fácil de tragar, pero en la película tiene una función narrativa nada desdeñable, porque se inicia el acelerado proceso de descenso a los infiernos de un personaje que durante todo el metraje se cree tocada por el dedo de los dioses y por encima de todo y de todos. No es que Cate Blanchet se crezca en ese tramo, sino que continúa la inmensa actuación que le hemos ido viendo a lo largo de la película, toda ella de detalles que exigen un visionado atento, porque, como bien sabemos, «el diablo está en los detalles»… No se trata de una película de la que uno salga como se sale de otras como Barbie, de Greta Gerwig, y ello quizás ha redundado en su relativo fracaso económico, pero no artístico: A Tár muchos de los que la censuran volverán encantados y apreciarán el inmenso talento que los planos, la puesta en escena y la actuación de Blanchet nos regala Todd Field.


P.S. A veces he tenido la sensación de que travestido en Tár se nos hablaba también de Herbert von Karajan… Intuición masculina.

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