Título original: Il capitale
umano
Año: 2013
Duración: 109 min.
País: Italia
Dirección: Paolo Virzì
Guion: Paolo Virzì,
Francesco Bruni, Francesco Piccolo. Novela: Stephen Amidon
Reparto: Valeria Bruni
Tedeschi; Fabrizio Bentivoglio; Valeria Golino; Fabrizio Gifuni;
Luigi Lo Cascio; Giovanni
Anzaldo; Matilde Gioli; Guglielmo Pinelli.
Música: Carlo Virzì
Fotografía: Jérôme Alméras,
Simon Beaufils.
Título original: La pazza gioia
Año: 2016
Duración: 111 min.
País: Italia
Dirección: Paolo Virzì
Guion: Francesca Archibugi,
Paolo Virzì
Reparto: Valeria Bruni Tedeschi; Micaela Ramazzotti; Anna
Galiena; Valentina Carnelutti;
Elena Lietti; Tommaso Ragno;
Bob Messini; Carlotta Brentan; Francesca Della Ragione; Roberto Rondelli.
Música: Carlo Virzì:
Fotografía: Vladan Radovic.
Título original: The Leisure Seeker
Año: 2017
Duración: 107 min.
País: Italia
Dirección: Paolo Virzì
Guion: Stephen Amidon. Novela: Michael
Zadoorian
Reparto: Helen Mirren; Donald Sutherland; Kirsty Mitchell; Janel Moloney;
Robert Walker Branchaud; Joshua Mikel; Christian McKay; Robert Pralgo; Joshua
Hoover; Raul Colon; John Archer Lundgren: Elijah Marcano; Carlos Guerrero; Matt
Mercurio; David Silverman;
Richard Pis.
Música: Carlo Virzì
Fotografía: Luca Bigazzi.
Del
neorrealismo turbio de las pirámides financieras a la tragedia individual de la
enfermedad mental y a la lírica entreverada de humor negro de las postrimerías.
Llego ahora al cine de Virzí, a pesar de que, por
razones de índole privada, no quise ver en su día Locas de alegría, que
ahora he visto con bastante más amargura y terror de lo que esa alegría en
ningún modo da a entender. De hecho, el propio título de la película induce a
confusión, junto con el plano tipo Thelma &Louise, de Ridley Scott,
usado de tal manera que en modo alguno es fiel a la historia. No es lo mismo Locas
de alegría que La alegría loca, que es como acaso se debiera de
haber traducido La pazza giogia. Pero sigo el orden de visionado, que
es, además, el cronológico.
De El capital humano había
leído y oído buenas críticas, pero el visionado ha superado las expectativas,
porque las historias de los fracasos existenciales que se narran en la película
han sido ordenadas en un guion que sigue a los principales protagonistas,
individualizándolos y complementando, al mismo tiempo, cruces enigmáticos de
unos con otros que no acaban de explicarse en el momento, lo cual nos permite
conectar, a posteriori, esos cabos sueltos que nos acaban dando una visión
total de lo sucedido. La trama, como en la magnífica Muerte de un ciclista,
de Bardem, es el atropello de un ciclista, en este caso de un camarero que
circula hacia su casa en bicicleta por la noche y que es empujado violentamente
a la cuneta por un vehículo que hace un brusco movimiento para esquivar el
choque con otro coche, aunque el conductor ni se da cuenta de haber causado
daño alguno, un camarero, además, que aparece trabajando en la casa de los
protagonistas en un breve plano, para marcar su anonimato existencial en la
escala social. Después emerge la figura del padre de la protagonista, quien no
pierde ocasión de intentar trepar en esa escala, aprovechando que su hija es
condiscípula del hijo de un magnate de las finanzas, de quien el joven está
encaprichado, aunque ella desarrolla hacia él un sentimiento exclusivamente de
protección, casi maternal, pero no tiene la relación que su padre cree que
tiene. El modo frío y arrogante como el financiero acepta la sugerencia del
padre de ella, propietario de una pequeña inmobiliaria, de invertir 700.000€
bajo la promesa de unos intereses que rozarían sus hermosos dos dígitos de
interés, estando ya él en apuros económicos, es una disección espectacular del
modo operativo de los *piramidistas que gestionan capitales, usualmente jugando
en bolsa contra otros valores, algo parecido a lo que sucedió con las famosas subprime
que tantos males ocasionaron en todo el mundo. La tensión del «pobrete» que es
aceptado en el mundo de los ricachones por la buena relación de los hijos, se
va a complicar lo suyo cuando el padre se sienta entre la espada y la pared, a
punto de perderlo todo, la inmobiliaria incluida. El hombre pasa de «pareja de
tenis» del financiero a ser un apestado del que este huye. El retrato de la
mujer del financiero, soberbiamente interpretado por Valeria Bruni, en un papel
calcado, diría yo, del de algunas mujeres de las películas de Antonioni,
adquiere aquí, sin embargo, un cierto tono patético que ella sabe modular a la
perfección, porque el marido quiere cederle la gestión de un teatro que están
restaurando para que «se entretenga» y juegue a la «mecenas», y hay una reunión
preparatoria de lo que podría ser la dirección artística que ha de seguir el
teatro que no tiene desperdicio. A resultas de ella, acaba intimando, como una
colegiala, con el candidato a director, con quien ve el vídeo de una
performance artística plurigenérica que acaba en revolcón-desquite del papel de
florero que le ha asignado el financiero en su vida. Cuando las deudas
acorralen al financiero y se diluya el sueño del mecenazgo, habrá la
contraescena de ese revolcón, que tampoco tiene desperdicio.
La hija, metafóricamente llamada
Serena, hace una vida independiente y, además de la relación con Massimiliano,
el hijo de los magnates, se enamora de un paciente de su madre con el que
coincide en la consulta de su madrastra, que es psicóloga, un joven con
notables capacidades artísticas, pero con una profunda inestabilidad psíquica
que vive con su tío, una relación cuyos fundamentos últimos no se conocerán hasta
el final, como casi todo en la película, porque las historias contienen, dentro
de la dedicada a cada uno de los personajes principales, retazos de las de los
otros, cuyo sentido último solo se
desvela en el epílogo terrible y desolado que nos resume la inhumanidad de no
pocos de los personajes que hemos
conocido en un juego de relaciones que nos desvelan lo profundamente herida de
muerte que está la sociedad europea, a pesar de los cantos de sirena del poder
de la UE y de su proyección hacia ninguna parte, si bien se mira: ni potencia
mundial, ni garantía de continuidad poblacional autóctona. Lo que sí está claro
es que quien acaba perdiendo es el eslabón más frágil de la cadena, y que
quienes han nacido para pícaros caen, como los gatos, sobre los pies desde una
altura de siete pisos, a piso por vida.
La alegría loca, permítanme que
me acoja a esta otra traducción para el título de la alegría, es la historia de
dos enfermas mentales que son tratadas en una institución semiabierta en la que
se afloja el sistema «carcelario» de los antiguos manicomios y se potencia la
rehabilitación —en los casos en que ello es posible— de los pacientes. Una, de
mediana edad, Beatrice, una mujer de una familia con posibles y educada, ha
arruinado la vida de sus padres, sobre todo al aliarse con un abogado que los
ha desposeído de sus bienes, lo que los obliga a sobrevivir alquilando su mansión
a las estudios de cine para el rodaje de películas. Beatrice está siempre
pendiente de «colarse» en las expediciones de residentes que salen del recinto
hospitalario, según ella, cedida por su familia, lo que la convierte en «propietaria»,
lo cual, a su vez, le permite pasearse por el centro como si fueran sus
dominios. La llegada de una joven interna demacrada y sufriente llama su
atención, como novedad que le alivia el profundo aburrimiento que le supone con
vivir con el resto de los internos. La bipolaridad que sufre Beatrice no le
impide, en los momentos de lucidez, comportarse con absoluta normalidad,
disimulando a la perfección su trastorno. Así, se las ingenia, cuando ve a la
joven en la sala de espera de la psicóloga, hacerse pasar por esta para «sonsacar»
a la joven una información que le permite saber punto por punto su historia y
la razón por la que ha sido internada o, como después se sabrá, trasladada del
sanatorio judicial a esta Villa Biondi de régimen más «humano» y en la que el trabajo, asalariado, con
plantas medicinales, supone un auténtico cambio de vida. En cuanto es
descubierta la impostura de Beatrice, Donatella, la joven paciente, genera un
serio recelo hacia ella, de quien tratará de huir. La película no es, en el fondo
y en la superficie, sino la narración de cómo dos enfermas mentales con
historias tan distintas y duras logran establecer un sólido lazo de unión en
esa suprema adversidad del desvarío racional. El hecho de que Beatrice parezca
estar viviendo siempre en el lado eufórico de la bipolaridad puede llamar a engaño
al espectador que no conozca bien dicho trastorno —y he de añadir lo deprimente
que es el uso coloquial de ese trastorno para referirse a lo que, técnicamente,
acaso no pase de mera ciclotimia—, porque en la película es el vehículo de no
pocas secuencias que representan esa «alegría loca» que da pie a situaciones
realmente divertidas. Todo ello se ve favorecido cuando ambas, en una de las
salidas a las que acceden, para entusiasmo de Beatrice, esta decide escapar y
arrastrar tras ella a Donatella. A partir de ese momento, la historia da un
giro muy singular, no solo porque se convierte en una peculiarísima «road novie»,
sino porque se inicia una persecución institucional que, poco a poco, irá
cerrando el cerco en torno a ellas hasta… Bueno, eso ya lo verán por su cuenta.
Lo que yo quiero destacar es que la huida
de ambas no es gratuita, porque tanto Beatrice como Donatella tienen «asuntos pendientes»
que pretenden «resolver» a su manera, y en esos tramos narrativos es donde
emerge la verdadera historia de ambas, más dura en un caso que en ele otro, en
el de Donatella que en el de Beatrice, pero con un mismo trastorno final
desgarrador en ambas, con pronóstico muy distinto, sin embargo. A través de esas narraciones nos vamos a dar
cuenta de lo mucho que influye la vida que nos toca vivir y que nosotros escogemos,
a veces desconociéndonos, para acabar siendo pacientes de este o aquel trastorno
mental que, eso sí, una vez diagnosticado, nos transforma la vida. Hay, con
todo, una cierta «fragilidad constitucional», propia del paciente del trastorno
mental, que, sencillamente, le hace «chocar» estrepitosamente con la estructura
social y con ciertas psicologías tóxicas con las que cualquiera puede tener la desgracia
de acabar cruzándose en la vida. Esas dos historias son las que nos van a
conmover de tal manera que es muy posible que el famoso nudo en la garganta y
el lagrimal rebosado se manifiesten durante el visionado. Tanto una como otra
actriz, Valeria Bruni como Micaela Ramazzotti, nos ofrecen dos interpretaciones
que nos rajan la sensibilidad de arriba abajo y nos dejan temblando y
sufrientes ante sus duros destinos, llenos de dolor y compasión a partes
iguales. No es una película «amable», la de Virzí, lo advierto, y, bajo capa de
ese trampantojo de Telma&Luoise, nos acaba pegando un golpe bajo en el
sistema emocional que nos noquea. Se ha de reconocer que el homenaje a la película
de Scott está bien buscado, porque, confundidas en la mansión de los padres,
con dos extras, son colocadas en el coche, caracterizadas como las actrices
usamericanas, y, en cuanto dan la orden de «¡acción!», ambas salen pitando con
el coche ante la desesperación del director y del equipo técnico. Lo esencial
es que Virzí, dos planos después, las hace quitarse la peluca y el pañuelo para
impedir que progrese una analogía que no tiene nada que ver con la película y
nos las devuelve a esa realidad «cruda» de fugitivas que alargan su aventura
para intentar resolver asuntos de tanta potencia emocional como poder ver Donatella
a su hijo, que ha sido dado en adopción a una pareja… Y no quiero seguir destripando
una historia que me ha conmocionado muy profundamente. ¡Con razón me negaba a
verla yo en su momento! Menos mal que, pasados los años, el golpe ahora ha sido
menor, pero golpe hay…
El viaje de sus vidas, que acaso sea la de menor entidad de las tres, pero no por ello exenta de interés, nos cuenta la historia de un par de viejos que, ante la estupefacción de sus hijos, quienes lo descubren cuando ya les es casi imposible detenerlos, se dan cuenta de que sus padres han sacado la caravana del cobertizo donde la guardaban —de una marca que es el título lógico de la película, The Leisure Seeker, que vale tanto como «El buscador del ocio» o, acaso más propiamente, «El buscador del tiempo libre», porque es la sensación de libertad de las vacaciones, solos o en familia— y han iniciado un viaje, «el viaje de sus vidas», escondiéndose de ellos, porque, sobre todo para desesperación del hijo que es el que vive más cerca de ellos, ambos cónyuges están en un estado más que lamentable: el padre, con Alzheimer galopante; la madre, con un cáncer contra el que la quimio poco puede. Ambos, deciden dejar de lado sus tratamientos, salvo los básicos para el dolor, e iniciar un viaje hacia el destino al que siempre quiso ir el marido: a Miami, a visitar la casa de Hemingway, su héroe literario. Él ha sido profesor de literatura en la Universidad, pero ella no tiene la cualificación académica del esposo, y se conocieron cuando él entró en una tienda donde ella trabajaba como dependienta para comprar unos calzoncillos. Luego se sabe que, cuando se emparejan, ella descubre cincuenta y cinco calzoncillos perfectamente ordenados en su armario, es decir, las veces que necesitó entrar en la tienda para culminar el cortejo.
El planteamiento de la historia está teñido de esa dulce
melancolía de la añoranza de los buenos tiempos, y sobre todo de su juventud,
de ahí que la banda sonora constante sea la música de los hits de
finales de los 60; pero el viaje a través del olvido tiene a veces puertas
secretas abiertas a realidades que se ignoraron en su momento porque fueron
celosamente ocultadas, pero las confusiones del Alzheimer provocan ahora
situaciones que permiten ver el pasado de otro modo distinto. Hay, en la
situación, un leve algo de artificio, porque cuesta entender que un Alzheimer
tan avanzado te permita conducir tan fácilmente y durante tantos días, y
orientarte, ¡sobre todo orientarte! Bien, paguemos ese peaje que, como algunos
otros, son imprescindibles para que la historia progrese, es decir, para que
ambos cónyuges se «re-conozcan» de un modo que a veces roza el patetismo.
Sutherland y Mirren logran un entendimiento perfecto, y ella sabe llevar las
riendas de la relación entre ambos con una entereza que solo se quiebra cuando…
Stop! El hecho de ir de camping provoca ciertas situaciones a medio
camino entre la comedia y ese patetismo del que he hablado, porque la situación
genera la oscilación entre ambos polos: la comedia y el drama. Virzí se mueve
con facilidad en una sociedad ajena a la de su Italia natal, y todo fluye con
una naturalidad apabullante, la que emana de dos actores con tan larguísima
trayectoria de éxitos. Sí, se fuerza en parte la mecánica de los actos simples,
como cuando deja a su marido en una residencia ante la estupefacción de los
trabajadores de la misma, pero lo importante es seguir avanzando en el viaje
hacia ese destino cuya conversión en atracción turística masiva implica una
degradación paralela a la de las vidas de ambos. El hecho de alternar el viaje
de los padres con las reacciones de los hijos y el acercamiento entre ambos
permite una cierta distensión y el aporte de un contexto que acaba de redondear
la historia, porque si la relación entre los miembros de la pareja es el fundamento
de la historia, no se ha de dejar de lado la relación de ambos con los hijos,
por supuesto, que formaban parte de esos viajes en la Leisure Seeker. De hecho,
esas vacaciones se «rescatan» de forma poética cuando, instalados en el
camping, cuelgan un trapo blanco entre dos árboles para que sirva de pantalla donde
proyectar las diapositivas de su vida. Se abre, entonces, mágicamente, un ojo
blanco a su pasado que se llena de imágenes que el marido no siempre es capaz de
identificar, aunque la mujer suple su desmemoria enseguida. Precisamente esa
tensión constante entre la memoria y la desmemoria va a ser, al margen de la
enfermedad de ella, va a ser determinante en la continuación de la historia,
pero por ahí es indispensable que sigan los espectadores a solas el camino.
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