martes, 2 de febrero de 2021

«Zazie en el Metro», de Louis Malle, o el elocuente homenaje al cine mudo.

 


Una obra transgresora y vitalista, hija, avant la lettre, de un espíritu pop que aún no había nacido… ¡Desconcertante Louis Malle nouvellevaguista!

 

 

Título original: Zazie dans le Metro

Año: 1959

Duración: 92 min.

País:  Francia

Dirección: Louis Malle

Guion: Louis Malle, Jean-Paul Rappeneau (Novela: Raymond Queneau)

Música: Fiorenzo Carpi

Fotografía: Henri Raichi

Reparto: Catherine Demongeot, Philippe Noiret, Hubert Deschamps, Jacques Dufilho, Carla Marlier, Vittorio Caprioli, Antoine Roblot, Annie Fratellini, Yvonne Clech.

 

         Ahí la tenía, muerta de risa, porque imaginaba que la había visto en ese tiempo ya casi mítico en el que la memoria me dice que he visto incluso lo que nunca llegué a ver, y este ha sido el caso de Zazie en el Metro, de Louis Malle, autor de sorprendente y variadísima carrera con títulos tan emocionantes como la inolvidable, para el corazón,  Adiós, muchachos; documentos tan impactantes como Calcuta; películas tan sorprendentes como ¡Viva María!, y obras maestras como Ascensor para el cadalso. Me resistía a hacer lo que la memoria me indicaba como «revisión» y que, una vez dado el paso, se ha convertido en gozosa visión que me ha deparado una hora y media de diversión constante e incluso estupefacción, por el atrevimiento de una parte de la trama, en la que la niña pequeña es acosada por un pederasta que la persigue por las calles de París, una vez que se ha escapado de la vigilancia de su tío, con quien la ha dejado su madre para poder disfrutar ella de un fin de semana loco de sexo sin tener que ocuparse de ella.

         El arranque de la película, con un Philippe Noiret inmenso interpretativamente, en un papel  de homosexual transformista, sorprendente en su carrera, aunque en Las gafas de oro, de Giuliano Montaldo, haría también de homosexual, pero en esta ocasión perseguido por el nazismo, nos sitúa ya ante un guion prodigioso que se corresponde estrictamente con la obra de un escritor ya de por sí sorprendente y nada convencional, como es Raymond Queneau. El repaso a la higiene de los franceses desde su atildadísima presencia ridícula, a medio camino entre chulapo madrileño y maniquí de modisto, antes de recibir a su hermana y quedarse con su sobrina, marca, de entrada, el alocado desarrollo de una obra cuyo título tiene que ver con la frustración que sufre la pequeña al enterarse de que no puede viajar en Metro porque los trabajadores están en huelga. Apenas llegada a su destino, y mientras el tío «artista» descabeza el sueño del que le han privado sus deberes filiales, la niña queda al cargo de los dueños del café donde tiene su morada el tío. La niña, traviesa y espabilada como ella sola, una suerte de marisabidilla que confunde con sus conocimientos a los adultos, quienes no la asocian, por su tierna edad, con ellos, se escapa y logra zafarse de su perseguidor acusándolo, cuando protesta porque el amigo del tío quiere devolverla a la casa, de que es un viejo verde que quiere abusar de ella.

         A partir de ese momento, se inicia una frenética persecución de la sobrina a través de todo París y en diferentes medios de locomoción, con una extraordinaria visita turística a la Torre Eiffel, donde Malle consigue unas secuencias maravillosas, sacándole un partido al gigante metálico como pocas veces lo hemos visto. Claro que hay mucho de cine mudo, de comedia disparatada e incluso de un cierto surrealismo aliado con el pop, por los colores, los contrastes y la unión de música e imagen de un modo tan «carnal», podríamos decir, pero, sobre todo, se detecta un homenaje al cine cómico usamericano de los inicios del cine, si bien ese homenaje no solo se ciñe a los grandes clásicos mudos, sino al gran mudo del cine sonoro, Jacques Tati. Hay incluso quienes ven en Zazie un precedente de Amélie, y es posible que la recuerde, pero hay un abismo entre el dinamismo encantador de esta criatura de doce años, con un desparpajo reforzado.

         La parte de la película en la que un presumible pederasta trata de ganarse su voluntad, aun haciendo un papel de «dibujo animado», con el que la niña, gracias a las filmaciones rápidas, los retrocesos y una puesta en escena ciudadana que le permite todos esos efectos slapsticks, compone una pareja especialmente interesante: se trata de uno de los mejores tramos de la película, y el actor Vittorio Caprioli, con una actuación depuradísima, es, a mi entender, el principal responsable de la eficacia cómica de esa parte, y aun de otras en las que aparece como gendarme.

         Hay, por otro lado, al margen de los episodios que protagoniza la niña, un retrato de un modo de vida particularmente francés que recuerda bastante la mirada cachazuda e irónica de Tati, y esa particular idiosincrasia gala está presente en un abanico de personajes con mínimas intervenciones pero muy selectas, lo que confiere a la película un tono coral que hemos de considerar como verdadero objeto del deseo de Malle. No se trata tanto de un homenaje, cuanto de un retrato amablemente critico que, arropado por los excelentes gags de la película, fundamentalmente visuales, más que orales, contribuye a complacer al espectador.

         Se quiera mirar como se quiera mirar, Zazie en el Metro es una película sorprendente y con una capacidad para cautivar a los espectadores desde el propio arranque que no decae hasta el final redondo que cierra un fin de semana más que movidito para un personaje, el tío de la niña, que no olvidará nunca. Tiene, sí, algo de cuento infantil en el bosque de la civilización; un cuento sombrío en la ciudad de la Luz; pero el dinamismo, el color y la música perfectamente adecuada al fondo de vodevil y de feria de la trama consiguen que la sonrisa permanente, junto con la admiración por la realización, nos haga pasar una hora y media deliciosa. La niña, Catherine Demongeot, ¡muy inteligente!, no hizo carrera fílmica, pero la mezcla de ingenuidad y picardía, además de ese «empoderamiento», dirían los correctos políticos de hoy, con que discurre por la trama es siempre un motivo de gozo para los espectadores.

         Literalmente ¡fabulosa!

 

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