Una obra
transgresora y vitalista,
hija, avant la lettre, de un espíritu pop que aún no había nacido… ¡Desconcertante Louis Malle nouvellevaguista!
Título original: Zazie dans
le Metro
Año: 1959
Duración: 92 min.
País: Francia
Dirección: Louis Malle
Guion: Louis Malle,
Jean-Paul Rappeneau (Novela: Raymond Queneau)
Música: Fiorenzo Carpi
Fotografía: Henri Raichi
Reparto: Catherine Demongeot, Philippe Noiret, Hubert Deschamps, Jacques
Dufilho, Carla Marlier, Vittorio Caprioli, Antoine Roblot, Annie Fratellini,
Yvonne Clech.
Ahí la tenía, muerta de risa,
porque imaginaba que la había visto en ese tiempo ya casi mítico en el que la
memoria me dice que he visto incluso lo que nunca llegué a ver, y este ha sido
el caso de Zazie en el Metro, de Louis Malle, autor de sorprendente y
variadísima carrera con títulos tan emocionantes como la inolvidable, para el
corazón, Adiós, muchachos; documentos
tan impactantes como Calcuta; películas tan sorprendentes como ¡Viva
María!, y obras maestras como Ascensor para el cadalso. Me resistía
a hacer lo que la memoria me indicaba como «revisión» y que, una vez dado el
paso, se ha convertido en gozosa visión que me ha deparado una hora y media de
diversión constante e incluso estupefacción, por el atrevimiento de una parte
de la trama, en la que la niña pequeña es acosada por un pederasta que la
persigue por las calles de París, una vez que se ha escapado de la vigilancia
de su tío, con quien la ha dejado su madre para poder disfrutar ella de un fin
de semana loco de sexo sin tener que ocuparse de ella.
El arranque de
la película, con un Philippe Noiret inmenso interpretativamente, en un
papel de homosexual transformista,
sorprendente en su carrera, aunque en Las gafas de oro, de Giuliano
Montaldo, haría también de homosexual, pero en esta ocasión perseguido por el
nazismo, nos sitúa ya ante un guion prodigioso que se corresponde estrictamente
con la obra de un escritor ya de por sí sorprendente y nada convencional, como es
Raymond Queneau. El repaso a la higiene de los franceses desde su atildadísima
presencia ridícula, a medio camino entre chulapo madrileño y maniquí de modisto, antes de recibir a su hermana y quedarse con su sobrina,
marca, de entrada, el alocado desarrollo de una obra cuyo título tiene que ver
con la frustración que sufre la pequeña al enterarse de que no puede viajar en
Metro porque los trabajadores están en huelga. Apenas llegada a su destino, y
mientras el tío «artista» descabeza el sueño del que le han privado sus deberes
filiales, la niña queda al cargo de los dueños del café donde tiene su morada
el tío. La niña, traviesa y espabilada como ella sola, una suerte de
marisabidilla que confunde con sus conocimientos a los adultos, quienes no la
asocian, por su tierna edad, con ellos, se escapa y logra zafarse de su
perseguidor acusándolo, cuando protesta porque el amigo del tío quiere
devolverla a la casa, de que es un viejo verde que quiere abusar de ella.
A partir de ese
momento, se inicia una frenética persecución de la sobrina a través de todo
París y en diferentes medios de locomoción, con una extraordinaria visita
turística a la Torre Eiffel, donde Malle consigue unas secuencias maravillosas,
sacándole un partido al gigante metálico como pocas veces lo hemos visto. Claro
que hay mucho de cine mudo, de comedia disparatada e incluso de un cierto
surrealismo aliado con el pop, por los colores, los contrastes y la unión de
música e imagen de un modo tan «carnal», podríamos decir, pero, sobre todo, se
detecta un homenaje al cine cómico usamericano de los inicios del cine, si bien
ese homenaje no solo se ciñe a los grandes clásicos mudos, sino al gran mudo
del cine sonoro, Jacques Tati. Hay incluso quienes ven en Zazie un precedente
de Amélie, y es posible que la recuerde, pero hay un abismo entre el
dinamismo encantador de esta criatura de doce años, con un desparpajo reforzado.
La parte de la película
en la que un presumible pederasta trata de ganarse su voluntad, aun haciendo un
papel de «dibujo animado», con el que la niña, gracias a las filmaciones
rápidas, los retrocesos y una puesta en escena ciudadana que le permite todos
esos efectos slapsticks, compone una pareja especialmente interesante: se trata
de uno de los mejores tramos de la película, y el actor Vittorio Caprioli, con
una actuación depuradísima, es, a mi entender, el principal responsable de la
eficacia cómica de esa parte, y aun de otras en las que aparece como gendarme.
Hay, por otro
lado, al margen de los episodios que protagoniza la niña, un retrato de un modo
de vida particularmente francés que recuerda bastante la mirada cachazuda e irónica
de Tati, y esa particular idiosincrasia gala está presente en un abanico de
personajes con mínimas intervenciones pero muy selectas, lo que confiere a la
película un tono coral que hemos de considerar como verdadero objeto del deseo
de Malle. No se trata tanto de un homenaje, cuanto de un retrato amablemente
critico que, arropado por los excelentes gags de la película, fundamentalmente
visuales, más que orales, contribuye a complacer al espectador.
Se quiera mirar
como se quiera mirar, Zazie en el Metro es una película sorprendente y con una
capacidad para cautivar a los espectadores desde el propio arranque que no
decae hasta el final redondo que cierra un fin de semana más que movidito para
un personaje, el tío de la niña, que no olvidará nunca. Tiene, sí, algo de
cuento infantil en el bosque de la civilización; un cuento sombrío en la ciudad
de la Luz; pero el dinamismo, el color y la música perfectamente adecuada al
fondo de vodevil y de feria de la trama consiguen que la sonrisa permanente,
junto con la admiración por la realización, nos haga pasar una hora y media
deliciosa. La niña, Catherine Demongeot, ¡muy inteligente!, no hizo carrera
fílmica, pero la mezcla de ingenuidad y picardía, además de ese «empoderamiento»,
dirían los correctos políticos de hoy, con que discurre por la trama es siempre
un motivo de gozo para los espectadores.
Literalmente
¡fabulosa!
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