viernes, 26 de febrero de 2021

«The Commitments», de Alan Parker, un musical espectacular.

 


La Aventura del soul en los castigados barrios obreros de Dublín: humor y amor a la música a partes iguales o un cruce entre Ken Loach y Stanley Donen…

 

Título original:  The Commitments

Año: 1991

Duración: 114 min.

País:  Reino Unido

Dirección: Alan Parker

Guion: Dick Clement, Ian La Frenais, Roddy Doyle (Novela: Roddy Doyle )

Música: Wilson Pickett

Fotografía: Gale Tattersall

Reparto: Robert Arkins, Michael Aherne, Angeline Ball, Maria Doyle Kennedy, Dave Finnegan, Bronagh Gallagher, Felim Gormley, Glen Hansard, Dick Massey, Johnny Murphy, Colm Meaney, Andrew Strong, Kenneth McCluskey, Anne Kent, Andrea Corr.

 

         Ignoro, dada mi devoción al musical, por qué no acabé viendo The Commitments en su día en las salas de cine, aunque tal derramamiento de esfuerzos en tan variado abanico de actividades como he vivido me lo justifican casi todo, desde luego. Lo usual no es que lo lamente, sino que me alegre, porque, me pasa con cualquier arte, cuando me acerco a obras de las que se da por descontado que «tienes que» haber conocido, ahora me siento más seguro de no acabar teniendo una impresión equivocada. La experiencia siempre es un grado. ¿A quién no le ha pasado que grandes referentes de la adolescencia o la juventud  se le caigan de las manos o simplemente se pregunte quién era él cuando con tanto entusiasmo acogió la obra que ahora no hay por dónde cogerla?

         The Commitments es una historia coral en el seno de los barrios degradados de Dublin, esos mismos barrios en los que, en Inglaterra, sitúa la acción de sus películas Ken Loach, en los que un emprendedor decide crear una banda de música que lleve a los escenarios la música que para él encarna el mayor grito de libertad contra la opresión del sistema: el soul. En reproducción casi exacta del propio casting que en la película hicieron para escoger a los miembros de la improvisada orquesta que se formó en esa película y que, ¡magia del cine!, acabó teniendo vida real durante un tiempo en los auditorios, el joven soñador, que se defiende en la vida con la venta ambulante de todo tipo de mercancía, principalmente cintas y películas, entre las que no puede faltar el guiño de una del propio Parker, en una sucesión de entrevistas casi surrealistas acaba escogiendo a los jóvenes en quienes va a insuflar su particular «militancia» soul. Como dice expresamente, ellos son los negros de Irlanda en los barrios más degradados imaginables, y en esas condiciones, nada mejor que el soul para poder expresarse y llevarles a sus conciudadanos la esencia de una música liberadora.

         La película comienza como comienza el último musical de fama, Bohemian Rhapsody, con dos músicos desengañados del grupo en el que tocan y decididos a buscarse la vida por otras direcciones que no sea la de las actuaciones en la calle, pero, en vez de encontrarse con Freddy Mercury se encuentran con el joven manager que alimenta la ficción de crear una banda de soul ¡nada menos que en Dublín!, y en un barrio en el que, como luego sabremos por el padre del emprendedor, Elvis aún continúa siendo un referente para la generación de sus padres.

         La película viene a ser algo así como un retrato «sin acritud» de la juventud tan pasada de rosca como desesperada que  retrataría años más tarde Danny Boyle en Trainspotting, allá en la «brumosa» Escocia. La condición católica de los irlandeses, tan acentuada en algunos muy buenos gags de la película, el joven cura musicófilo incluido, seguro que marca diferencias con aquellos otros «descreídos» escoceses.

         La acción transcurre casi como una exhalación, sin momentos de respiro, porque los obstáculos que han de superar para poder ponerse delante del público, en una primera actuación memorable que luego se va superando poco a poco, a fuerza de ensayos, hasta llegar a cuajar un sonido auténticamente Tamla Motown, por la línea de viento y por la voz privilegiada del cantante, que luego hizo modesta carrera en solitario, y que en la película le toca jugar el rol del payaso egocéntrico que quiere apropiarse de los méritos de todos.

         La nómina de protagonistas, contra lo que pudiera pensarse a priori, está escogida con mimo, y retratada con esmero por Parker, especialmente el trompetista representado por Johnny Murphy, el «experimentado» músico que literalmente hechiza a todo el mundo con sus relatos de musico de estudio con los grandes de la música y a quien el emprendedor no sabe nunca si creer o considerarlo un fantasioso mayor aún que él, que se pasa la vida imaginando las entrevistas que le hacen para los medios.

         El soul es música para adeptos. Y esto lo dice quien, nada más comprar el single de Otis Redding, Sentado en el muelle de la bahía, lo oyó cincuenta veces seguidas en el tocadiscos, para desesperación de sus compañeros de salón en la Residencia Blume de Madrid. Y doy fe de que las versiones de The Commitments cumplen con todos los requisitos de calidad exigidos para esta música sagrada. En mi caso, pues, está claro que esta película solo podía decepcionarme si esas versiones no hubieran alcanzado el nivel que se espera de quien se atreva con ellas. La voz de Andrew Young, muy parecida a la de Joe Cocker, lo pone todo para que te llegue a lo más profundo esta música que sale de esas four letters muy distintas de las clásicas four letters tradicionales del inglés.

         La película, basada en una novela dialogada está llena de réplicas y contrarréplicas excelentes que vehiculan una crítica social no por el entorno amable de la creación de la banda menos ácida. He tenido la sensación de que este rodaje de The Commitments ha de haber sido muy parecido al de Grease, otro musical por el que no pasan los años: un rodaje en estado de gracia, porque, si no, no se explica la maravillosa naturalidad con que actúan todos en la película, logrando transmitir semejante carga de vitalidad: cualquier proyecto, por disparatado que sea, puede llegar a convertirse en realidad si hay detrás la perseverancia y el esfuerzo necesarios.

         Lo dicho, ¡a gozar!

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