El siempre complejo «contacto» con la muerte a través de tres historias, una de ellas, la de los gemelos, hiperemotiva…
Título original: Hereafter
Año: 2010
Duración: 129 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Clint Eastwood
Guion: Peter Morgan
Música: Clint Eastwood
Fotografía: Tom Stern
Reparto: Matt Damon, Cécile De France, George McLaren, Frankie McLaren,
Lyndsey Marshall, Bryce Dallas Howard, Jay Mohr, Thierry Neuvic, Richard Kind,
Rebekah Staton, Declan Conlon, Stéphane Freiss, Marthe Keller, Derek Jacobi,
Steve Schirripa.
A veces, la chiripa te lleva a
películas que te han pasado desapercibidas cuando se estrenaron y que ahora, en
este exceso de información en el que tantísimo cuesta orientarse, adquieren una
dimensión que te lleva a preguntarte cómo fue posible que, en su día, te
hubiera podido pasar tan desapercibida o que ningún amigo compasivo te hubiera
recordado que “convenía” verla, porque haber sido dirigida por Clint Eastwood
es ya una sólida razón de peso.
El título en
español es equívoco, respecto del inglés, que se refiere más a cómo encarar el
futuro tras la experiencia que se ha tenido que no acaba de ser esa apelación
metafísica al «más allá», porque la película nos habla de quienes han estado en
esa frontera tenue que hay entre el aquí y el no-aquí indescriptible, excepto
por los relatos de quienes nos hablan de esas voces, de esas sombras que han
dado pie a una excelente serie española: Estoy vivo, de Daniel Écija, con su
famosa “pasarela”.
La película
arranca con una secuencia espectacular de un tsunami en el que la protagonista,
una periodista francesa de éxito, tendrá una experiencia límite del estado de
muerte del que regresa gracias a dos damnificados que la reaniman con no poca
fortuna. Lo imposible, de J.A. Bayona, dos años después, comenzaría de
idéntica manera, pero nos cuenta una historia muy diferente. En esta de
Eastwood, la muerte y la relación con ella se nos narra en tres historias
independientes que acaban convergiendo: la de la periodista, la de una pareja
de gemelos, uno de los cuales muere atropellado después de ser
«acosado» por unos gamberros adolescentes de los que huye
para acabar a las ruedas del camión en
cuya trayectoria irrumpe sorpresivamente el fugitivo, y la de un médium
que a través del contacto manual es capaz de establecer contacto con el más
allá, si bien se trata de un personaje al que ese «poder» le ha arruinado la
vida, y todo su afán será huir del negocio que su hermano mayor quiere montar
alrededor de dicho poder.
La puesta en
escena de la primera historia, en un ambiente de relajación propia de quienes
viven una aventura como compañeros de trabajo que buscan el anonimato, viene
determinada por esos efectos especiales del tsunami referido, perfectamente realizado,
y en cuyo desarrollo la protagonista primero perderá a la niña a la que
protegía, una vez su madre fue llevada por la corriente brutal de una masa de
agua imparable y luego perderá su propia vida hasta que, vista por otras dos
víctimas, quienes la rescatan de las aguas, es reanimada por ellas. Pasar del
inicio de la muerte a la continuidad de la vida supone un choque emocional,
vital y metafísico de una magnitud tan espectacular, que la mujer ya no puede
volver a ser la misma, razón por la que fracasa en su reincorporación al
trabajo, lo que acarrea la pérdida del estatus y, como efecto lateral, la
pérdida de la relación con su compañero de trabajo. Decidida a investigar sobre
esa «frontera», desea escribir un libro que trate su caso y el de otras personas
que han experimentado lo mismo que ella, un libro que, finalmente será editado,
y que permitirá que el médium acabe relacionándose con ella. Con él, un
ajustadísimo y convincente Matt Damon, acabará entrando en relación, también,
el gemelo superviviente, quien, habiéndose encasquetado desde el mismo día de
la muerte de su hermano la gorra de este, no descansa hasta que pueda intentar
ponerse en contacto con él para pedirle que regrese.
Confieso que la historia de los gemelos,
con una madre drogadicta a la que los gemelos cuidan para que los servicios
sociales no les priven de su presencia, porque, a pesar de los pesares, es «su»
madre, y la protegen cuanto pueden incluso de ella misma, me ha golpeado muy
adentro, porque es una de las historias más conmovedoras que he visto en el
cine desde hace muchísimo tiempo. Los dos niños, además, en permanente
comunicación, aunque sea el mayor , «por cuestión de minutos», el que lleva la
iniciativa, de ahí que el pequeño, cuando, finalmente, es dado en adopción
temporal hasta que se vea si la madre puede recuperar o no la custodia, no
tenga otra obsesión que tratar de ponerse en contacto con el hermano perdido, y
de ahí el hecho de haber encontrado en la red el anuncio de quien se dedicaba a
esa labor de intermediación, de la que ahora huye. Todo lo concerniente a la
historia de los hermanos y su madre está tratado con una delicadeza y una
capacidad emotiva superlativas.
Es cierto que el desenlace de unas
historias como las que se nos muestran no está siempre a la altura de la
expectativa generada, porque hablamos del duelo, de la pérdida y del hecho de
haber regresado del conato
de ingreso en el más allá, experiencias todas ellas
traumáticas y que solo desde la individualidad de quienes las padecen pueden
vivirse y aun siquiera entenderse, porque se agotan las palabras, no así las imágenes,
para tratar de comunicarlo. Clint
Eastwood tiene una suerte de don especial para acercarse a la realidad más
íntima que ha desarrollado desde que se inició como director, y ahí están Mystic
River o Million Dollar Baby o El gran Torino, por ejemplo,
que no me dejarán mentir.
No sé, se trata
de un tipo de realidades en la que abunda la superchería, el camelo, el negocio
sucio desaprensivo y el aprovechamiento del dolor ajeno como fuente de
beneficio; pero esta película creo que ha sabido prescindir del negocio
alrededor del hecho y ha sabido ir a la esencia de los hechos vividos para
transmitirnos, con todas las salvedades que se quieran, una experiencia a
medias traumática, a medias espiritual y siempre humana, demasiado humana.
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