lunes, 1 de febrero de 2021

«Brighton Rock», de John Boulting, un excelente «thriller» británico olvidado.

 

Las bajos fondos de poca monta y extrema maldad en un Brighton que aún desconocía su brillante futuro turístico unido a la enseñanza del inglés…

 

 

Título original: Brighton Rock (Young Scarface)

Año: 1947

Duración: 92 min.

País: Reino Unido

Dirección: John Boulting

Guion: Graham Greene, Terence Rattigan (Novela: Graham Greene)

Música: Hans May

Fotografía: Harry Waxman (B&W)

Reparto: Richard Attenborough, Carol Marsh, Hermione Baddeley, William Hartnell, Harcourt Williams.

 

         Que la película lleve a las pantallas una novela de Graham Greene hubiera debido darle un eco que no me parece que el film haya tenido entre los cinéfilos. John Boulting, que formó dúo artístico con su hermano gemelo Roy, con quien trabajaba siempre en comandita, fue un luchador en las Milicias Internacionales de nuestra Guerra Civil y un artista interesado por explorar terrenos comprometidos de la realidad. En este caso, además, se suma a los planteamientos religiosos de la trama un escenario, Brighton, de cuyo pasado como centro operativo de pequeños mafiosos que se aprovechaban del destino turístico veraniego pocos pueden dar testimonio;  máxime cuando el Brighton que algunos hemos conocido es el de un centro de cursos de inglés intensivo para niños y adolescentes, una actividad que ha convertido en su principal «industria», para sustituir el turismo que cambió las frías aguas del sur de Inglaterra por las cálidas de Mallorca, Benidorm, Marbella y el sureste español en general, donde han llegado a formar colonias de residentes estables, quienes ahora incluso se debatirán entre seguir siendo británicos o europeos. Ignoro si lo recuperará ahora, con el Brexit.

         Seguir las andanzas modestas, pero especialmente crueles de un Scarface  literal de provincias que, tras matar a un hombre, ha de buscar una coartada para exculparse, la cual encuentra en la boda con una camarera que ha descubierto la relación del joven mafioso con la muerte del periodista llegado desde Londres, nos sumerge en una atmósfera, perfectamente descrita por Boulting, que no excluye ni los tipos tópicos, ni la geografía turística de la ciudad, ni los pubs ni los interiores opresivos de las habitaciones en las que no se puede vivir una nueva vida,  ni la presencia determinante del famoso universalmente Brighton Pier en la trama y, sobre todo en el desenlace de la misma. El joven decido desposar a la camarera para evitar que esta declare contra él. La joven, simple, bella y muy religiosa, está dispuesta a hacer cualquier sacrificio por él, aunque lo que ella quiere oír de él es que la ama, de ahí que le pida que le grabe un disco con esa declaración. Una grabación que servirá para construir un final modélico, lleno de ironía.

La mezcla de seducción amorosa y el conflicto entre la fe y la transgresión de lo prohibido por ella marca una trama en la que un jefezuelo tiránico, pero con más pose que peso, siente el pánico de ser capturado y metido en prisión, cuando lo que él busca es huir y establecer su negocio criminal en una gran ciudad, Londres, preferentemente. Recordemos que el protagonista ni siquiera llega a los 18 años de edad.

Por otro lado, la figura de una mujer metida en lides de investigadora privada que acecha al proscrito, porque conoció al periodista que fue asesinado por él,  añade a la trama un enfoque que roza lo humorístico, aunque la película se centra en la peculiar psicología del mafiosillo interpretado con fuerza y convicción por un jovencísimo Richard Attenborough. Las descripciones de todos esos personajes conforman una atmósfera de delincuencia barata que, sin embargo, no excluye ni los asesinatos crueles ni las luchas intestinas por el poder. Y en esa intimidad de quienes la viven a sato de mata se centra el mayor interés de la historia. La película, que aprovecha el éxodo londinense a esas frías playas y al lúdico Pier, tiene mucho de testimonio de una época ya desaparecida, por lo que, sin pretenderlo en su momento, ha acabado teniendo un aire de interesante documento de las costumbres inglesas de mediados del siglo XX.

Es un  thriller, eso es evidente, que incluye una perspectiva  religiosa, como en otras obras de Graham, la excelente El final de affaire, de Neil Jordan, por ejemplo, y ello le concede un plus de interés humano que gustará a públicos más amplios que los de por sí muy extensos de aficionados al cine negro. En todo caso, no está de más recordar que en Inglaterra también se desarrolló esta variante británica del thriller, como acabamos de ver recientemente con Me hicieron un fugitivo, de Alberto Cavalcanti.

Remito, eso sí, al ingenioso final…

 

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