Las bajos
fondos de poca monta y extrema maldad en un Brighton que aún desconocía su
brillante futuro turístico unido a la enseñanza del inglés…
Título original: Brighton Rock (Young Scarface)
Año: 1947
Duración: 92 min.
País: Reino Unido
Dirección: John Boulting
Guion: Graham Greene,
Terence Rattigan (Novela: Graham Greene)
Música: Hans May
Fotografía: Harry Waxman
(B&W)
Reparto: Richard Attenborough, Carol Marsh, Hermione Baddeley, William
Hartnell, Harcourt Williams.
Que la película lleve a las
pantallas una novela de Graham Greene hubiera debido darle un eco que no me
parece que el film haya tenido entre los cinéfilos. John Boulting, que formó
dúo artístico con su hermano gemelo Roy, con quien trabajaba siempre en
comandita, fue un luchador en las Milicias Internacionales de nuestra Guerra
Civil y un artista interesado por explorar terrenos comprometidos de la
realidad. En este caso, además, se suma a los planteamientos religiosos de la
trama un escenario, Brighton, de cuyo pasado como centro operativo de pequeños
mafiosos que se aprovechaban del destino turístico veraniego pocos pueden dar
testimonio; máxime cuando el Brighton
que algunos hemos conocido es el de un centro de cursos de inglés intensivo
para niños y adolescentes, una actividad que ha convertido en su principal «industria»,
para sustituir el turismo que cambió las frías aguas del sur de Inglaterra por
las cálidas de Mallorca, Benidorm, Marbella y el sureste español en general,
donde han llegado a formar colonias de residentes estables, quienes ahora
incluso se debatirán entre seguir siendo británicos o europeos. Ignoro si lo
recuperará ahora, con el Brexit.
Seguir las
andanzas modestas, pero especialmente crueles de un Scarface literal de provincias que, tras matar a un
hombre, ha de buscar una coartada para exculparse, la cual encuentra en la boda
con una camarera que ha descubierto la relación del joven mafioso con la muerte
del periodista llegado desde Londres, nos sumerge en una atmósfera,
perfectamente descrita por Boulting, que no excluye ni los tipos tópicos, ni la
geografía turística de la ciudad, ni los pubs ni los interiores opresivos de
las habitaciones en las que no se puede vivir una nueva vida, ni la presencia determinante del famoso
universalmente Brighton Pier en la trama y, sobre todo en el desenlace de la
misma. El joven decido desposar a la camarera para evitar que esta declare
contra él. La joven, simple, bella y muy religiosa, está dispuesta a hacer cualquier
sacrificio por él, aunque lo que ella quiere oír de él es que la ama, de ahí
que le pida que le grabe un disco con esa declaración. Una grabación que
servirá para construir un final modélico, lleno de ironía.
La mezcla de seducción amorosa y el
conflicto entre la fe y la transgresión de lo prohibido por ella marca una
trama en la que un jefezuelo tiránico, pero con más pose que peso, siente el pánico
de ser capturado y metido en prisión, cuando lo que él busca es huir y establecer
su negocio criminal en una gran ciudad, Londres, preferentemente. Recordemos que
el protagonista ni siquiera llega a los 18 años de edad.
Por otro lado, la figura de una mujer metida
en lides de investigadora privada que acecha al proscrito, porque conoció al
periodista que fue asesinado por él, añade a la trama un enfoque que roza lo humorístico,
aunque la película se centra en la peculiar psicología del mafiosillo
interpretado con fuerza y convicción por un jovencísimo Richard Attenborough. Las
descripciones de todos esos personajes conforman una atmósfera de delincuencia
barata que, sin embargo, no excluye ni los asesinatos crueles ni las luchas
intestinas por el poder. Y en esa intimidad de quienes la viven a sato de mata
se centra el mayor interés de la historia. La película, que aprovecha el éxodo
londinense a esas frías playas y al lúdico Pier, tiene mucho de testimonio de
una época ya desaparecida, por lo que, sin pretenderlo en su momento, ha
acabado teniendo un aire de interesante documento de las costumbres inglesas de
mediados del siglo XX.
Es un
thriller, eso es evidente, que incluye una perspectiva religiosa, como en otras obras de Graham, la excelente
El final de affaire, de Neil Jordan, por ejemplo, y ello le concede un
plus de interés humano que gustará a públicos más amplios que los de por sí muy
extensos de aficionados al cine negro. En todo caso, no está de más recordar
que en Inglaterra también se desarrolló esta variante británica del thriller,
como acabamos de ver recientemente con Me hicieron un fugitivo, de
Alberto Cavalcanti.
Remito, eso sí, al ingenioso final…
No hay comentarios:
Publicar un comentario