domingo, 28 de febrero de 2021

«Los misóginos», de Onur Tukel o la noche que ganó Trump…

 

Cine político claustrofóbico que deviene ajuste de cuentas con el vacío del individualismo del “mundo macho”.

 

 

Título original:  The Misogynists

Año: 2017

Duración: 85 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Onur Tukel

Guion: Onur Tukel

Fotografía: Zoe White

Reparto: Dylan Baker, Lou Jay Taylor, Ivana Milicevic, Trieste Kelly Dunn.

 

 

         Primera película que veo de Onur Tukel, y, repasando sus obras anteriores, advierto que se trata de un cineasta no estrenado en salas comerciales en España, a juzgar por la ausencia de críticas españolas a sus películas en FilmAffinity. De su biografía en la red se deduce su afición a experimentar con el cine de género y su decidida pertenencia al cine independiente. En esta película, claustrofóbica (el corrector me ha deparado una versión que también da en el clavo para describir la película: *claustrofónica), porque transcurre íntegramente, salvo unas breves escenas en un bar y un taxi, en la habitación y, brevemente, en el pasillo de un hotel, Onur Tukel plantea una situación muy atractiva de inicio: tres amigos han quedado la noche electoral de 2016 para festejar o consolarse del resultado de unas elecciones que se suponían «cantadas» para Hillary Clinton y que acabó ganando Donald Trump, incluso para su propia y morrocotuda sorpresa. La película, obviamente, nada dice del total del periodo presidencial de Trump, porque está realizada solo un año después de la victoria por delegados, que no por votos, sobre su adversaria. No necesitaba siquiera ese año para realizarla, porque lo importante es la victoria en sí contra pronóstico, y el subidón que en sus votantes produjo tal hecho. De los tres amigos que se reúnen en la habitación del hotel, solo uno de ellos es declaradamente partidario de Trump, y los otros dos, tibios votantes de Clinton. Con todo, la película se va a convertir en una suerte de monólogo inacabable del seguidor de Trump, para el que haya poca resistencia en sus dos amigos. La suerte que tiene el espectador es que se trata de una película política, militante, que, desde una perspectiva supuestamente imparcial, permite que, a través de ese largo monólogo, el personaje se desnude de un modo integral, dejando al aire unas vergüenzas morales de considerable tamaño. Logra seducir, eso sí, al timorato amigo que vive dominado por su esposa, encarnación de la corrección política y de una suerte de matriarcado del que genera la ficción de liberación siguiéndole la corriente a su amigo. Quienes vieron la excelente Magnolia, de Paul ThomasAnderson, hallarán ecos del personaje Frank Maggey en el pobre diablo que se viene arriba con el triunfo de su ídolo y cree cumplir el dictado machista que inculcaba en sus acólitos el personaje interpretado por un soberbio Tom Cruise. Y quienes admiraron a Dylan Baker en Happiness, de Todd Solondz, podrán quedarse boquiabiertos ante una interpretación como personaje principal realmente apabullante, sobre todo si tenemos en cuenta de que casi todo el peso de la película recaer sobre él. Cuesta reconocer las buenas interpretaciones de los «villanos», ciertamente, pero ¡qué sería del cine sin ellas!, del mismo modo que quería del cine negro sin las mujeres fatales, como esa joya que, en un melodrama teñido de thriller,  interpreta Katy Jurado en la última de Buñuel que he criticado, El Bruto.

         La película, así pues, no tiene más trama que la reacción de esos amigos desde ideologías distintas frente a la elección de Trump y una suerte de festival de asqueroso machismo militante que provoca, incluso, que las escorts de lujo que estaban dispuestas a pasar con esos pobres hombres la velada, por 3000 nada despreciables dólares, antepongan su dignidad como mujeres a ser «cosificadas», como protesta la más renuente de ellas en el taxi para renunciar al «servicio» y marcharse cada una a su casa y dar por clausurada la noche. Pequeños incidentes, con la mujer negra y obesa, casada con un alfeñique blanco sudafricano, por ejemplo, complican la trama y le ofrecen munición al trumpista para seguir desarrollando su discurso supremacista blanco. A ese orden pertenece la llegada de las dos prostitutas, quienes, al dejarlos solos, mientras se cambian, acaban escuchando una retahíla de futuras humillaciones que no les deja más salida que la salida, precisamente. Súmese a eso un pequeño detalle de suma trascendencia y comicidad, relacionado con la mujer del amigo sometido a ella y entonces la película adquiere una dimensión mucho mayor que la de la simple anécdota.

         Ojo, el discurso del protagonista hace daño a los oídos, que conste, y se ha de tener un buen estómago para seguir el desarrollo hasta el final, pero a mí me parece que vale la pena, porque estoy seguro de que retratos como este de los votantes de Trump han conseguido, repitiéndose a lo largo de cuatro años, cambiar el sentido del voto en Usamérica, a juzgar por los resultados de Biden-Harris.

         Desde el punto de vista estrictamente espacial y dialéctico, la película me ha traído a la memoria una de las primeras películas del ahora célebre Richard Linklater, La cinta, protagonizada por otros tres actores en estado de gracia: Ethan Hawke, Robert Sean Leonard y Uma Thurman, también en una claustrofóbica habitación de hotel, aún más sombría que la de esta película, porque, al fin y al cabo, es la vivienda habitual del protagonista.

         El cine político tiene no pocos aficionados, pero a los que no lo fueran, cabe decirles que la historia evoluciona hacia lo que podríamos llamar la «tragedia de un hombre ridículo», y ahí todos tenemos algo que decir y, no pocos, experiencias que contrastar.

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario