La lírica del
espacio o las flores del mal.
Título original: La hija
Año: 2021
Duración: 122 min.
País: España
Dirección: Manuel Martín
Cuenca
Guion: Manuel Martín Cuenca,
Alejandro Hernández. Historia: Félix Vidal
Música: Vetusta Morla
Fotografía: Marc Gómez del
Moral
Reparto: Javier Gutiérrez,
Patricia López Arnaiz, Irene Virgüez, Sofian El Benaissati, Juan Carlos
Villanueva, María Morales.
Hace tiempo
vimos mi Conjunta y yo una miniserie británica sobre los vientres de alquiler, «El
nido» (The nest), de Andy De Emmony y Simen Alsvik, que acabó yendo
bastante más allá de lo que el enunciado del título proponía. La actualidad del
tema, una gestante que meten en su casa los futuros padres adoptivos de la
criatura, con todas las complicaciones que surgen a partir de esa situación,
más las historias personales de cada uno de los miembros de la extraña «unidad
familiar», pronto nos cautivó completamente, de modo que la evolución de la
trama consiguió absorbernos completamente.
La hija
parece haberse inspirado lejanamente en aquella serie, mutatis mutandis,
porque la situación es muy parecida, aunque en la miniserie había un contrato
mediante el cual la joven de vida azarosa se prestaba voluntariamente a ser la
gestante del futuro hijo de la pareja. En La hija solo hay un compromiso
verbal por parte de la chiquilla para deshacerse de una responsabilidad que le
viene, dados sus antecedentes, muy grande, a cambio de hallar un lugar de
acogida y una generosa recompensa que nunca se especifica. El educador de un
centro de acogida de menores es quien se lo propone, y ella acepta, pero a partir
de ese mismo momento todo empieza a complicarse. La mujer del educador está
aparentando un embarazo que se acabará cuando haya dado a luz en su casa apartada.
Mientras tanto, la joven siente, súbitamente, una poderosa añoranza del joven árabe
que la dejó embarazada y quiere verlo a toda costa, llegando a desafiar,
incluso, la prohibición de bajar al pueblo que le ha impuesto el educador. El
comisario de policía que investiga la desaparición de la joven no tarda en
descubrir que ha sido vista en una gasolinera del pueblo y transportada a
parajes cercanos a la casa aislada donde vive el educador.
Desde que vi el
anticipo de la película, los paisajes de la Sierra de Cazorla y Segura donde se
ha rodado la película me parecieron, ¡ya!, un personaje de la película, si todo
discurría como me sugería mi imaginación. Y así ha sido. La ubicación de la
casa del educador es el gran acierto de la película, así como los alrededores
de la misma. Hay un lirismo paisajístico en la película que sabe expresar a la
perfección el choque desgarrador que observamos entre la perversidad de la
maquinación del matrimonio y la belleza
en la que ambos han decidido vivir su vida.
Con la
aparición del joven, tras salir de la cárcel, de quien había sido también educador
el protagonista, lo previsible se convierte enseguida en realidad: los dos
jóvenes, a pesar de carecer de todo, toman la decisión instintiva de afrontar
el nacimiento y el cuidado de la criatura, con la consiguiente reacción airada
por parte de la futura madre, desposeída, de pronto, de su más preciado bien.
El asesinato del joven —este dato no arruina el desarrollo de la historia— y el
encierro tapiado de la joven hasta que dé a luz, van envenenando una historia
en la que hay dos factores que solo revelan su importancia en el desenlace: los
dos perros feroces que custodian la casa y el armario de las escopetas con las
que la joven y el educador distraen las horas disparando contra unas latas. El
espectador ducho sabe enseguida que, como sucede en las buenas películas,
cualquier elemento en el que se hace tanto hincapié acaba desvelándose como
parte eminente del relato en uno u otro momento.
Que el
matrimonio esté dispuesto a todo para quedarse con el bebé deseado por ambos, y
especialmente por la mujer, no solo confirma la deriva maligna de la historia,
sino que sorprende al espectador el alto grado de ingenuidad del protagonista,
acostumbrado, sin embargo, al trato con esos jóvenes en peligro de exclusión
social. En no menor grado sorprende la pasividad policial respecto de la
vigilancia de quienes se han revelado como sospechosos potenciales tras las
primeras indagaciones del jefe de policía que visita al protagonista en su «guarida».
Démoslo todo por bueno para poder «disfrutar» de un desenlace inesperado,
porque desde que tapian a la gestante en un altillo de la casa, aislada del
mundo, no deja de darnos vueltas en la cabeza la índole de ese final.
De Martín Cuenca
guardamos mi Conjunta y yo muy buen recuerdo de la película El autor, basada
en la primera narración de Javier Cercas. En ella, Antonio de la Torre tiene
una de las mejores escenas cómicas que le hayamos visto nunca, a pesar de las
muchas que nos ha dado, en todos los géneros, como el gran intérprete que es. No
lo quisimos ver, sin embargo, en Caníbal, por lo que el tema nos repelía.
Lo cierto es
que las ingenuidades del guion lastran en parte la película, porque a los
amantes del realismo minucioso y de la verosimilitud a prueba de bombas no nos
gusta que nos den el famoso gato por liebre, pero se redime con los poéticos exteriores
y con un desenlace que bien puede figurar en la antología de los mejores
finales del cine de suspense.
Insisto, no es
la película redonda que podría haber sido, pero es una estupendísima película
de terror psicológico que deriva hacia un gore sin excesos, filmado con una
precisión solo igualable a los planos panorámicos que nos hablan del contraste
entre la soledad de la belleza y la maldad donde se gesta la peor de las
iniquidades, todo ello frente a la lucha por la vida que se sobrepone a todas
las adversidades y sabe cómo salir a flote aun en medio de la peor de las
pesadillas. ¡Que nadie se pierda ese final
antológico! Si hasta el último tercio de la película todo ha discurrido, salvo
una excepción mortal, por los cauces del
mindfulness, en la parte final se desatan todos los demonios que habían
permanecido como anestesiados y ahí que se arma un pandemonio brillante y
espeluznante al mismo tiempo.
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