lunes, 4 de abril de 2022

«París puede esperar», de Eleanor Coppola, el debut de la matriarca.


 Una variación inteligente y atractiva de la usualmente insulsa comedia sentimental: el despertar de los sentidos; el sentido de un «despertar».

 

Título original: Paris Can Wait

Año: 2016

Duración: 92 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Eleanor Coppola

Guion: Eleanor Coppola

Música: Laura Karpman

Fotografía: Crystel Fournier

Reparto Diane Lane, Alec Baldwin, Arnaud Viard, Elise Tielrooy, Linda Gegusch, Élodie Navarre, Cédric Monnet.

 

         La curiosidad sobre lo que podría haber rodado la mujer de Francis Ford Coppola nos llevó a mi Conjunta y a mí, de común acuerdo, a darle una oportunidad a lo que, por el tráiler, no parecía ir más allá de una comedia romántica más. Tuvimos suerte. Eleanor Coppola conoció a su marido en el rodaje de la primera película de quien aún firmaba como Francisc Coppola, Dementia 13, producida por Roger Corman. A partir de entonces, orientó su pasión cinematográfica hacia el documental, uno de los cuales, sobre el rodaje de Apocalypse now, ha sido muy reconocido. Ha tardado tanto en dar el salto al rodaje de un largo que incluso la hija de ambos, Sofia, ha consolidado una carrera como directora, a partir de su debut con  Las vírgenes suicidas. Dice mi Conjunta haber leído que la trama de esta película tiene una base autobiográfica, y no me extrañaría que así sea, porque está claro que la «subordinación» tradicional de la «gran» mujer que hay siempre «detrás» del gran hombre se cumple a la perfección en el caso de la protagonista, interpretado por una actriz, Diane Lane, a quien vimos hace muy poco en la graciosa Un pequeño romance, de George Roy Hill, donde está encantadora a sus catorce años, y quien luego fue habitual en las películas del Francis. La protagonista está casada con un productor que vive colgado del teléfono, pero que no puede dar un paso sin la ayuda de su mujer. Están a punto de ir de Cannes a Budapest, pero un repentino e insoportable dolor de oídos desaconseja que haga el vuelo, si no quiere volverse loca de dolor. El coproductor del marido se ofrece, entonces, a llevarla a París en su viejo descapotable. ¿Se adivina el desarrollo? En efecto, si tenemos en cuenta el título, ya tenemos gran trecho de la trama descubierto, pero… Y tras ese pero es cuando se inicia el planteamiento original de lo que, en efecto, ha de ser considerado como comedia sentimental, aunque más propio sería decir turístico-gastronómica, porque el famoso viaje a París, desde Cannes, se va a convertir en una larga excursión de dos días en los que el productor francés va a ir sorprendiendo, pausadamente, a la mujer de su amigo y colega, con unas propuestas que mezclan no solo el turismo, como digo, sino la gastronomía, el arte y, sobre todo, la «terapia» psicoanalítica desde el nivel cero de la conversación que, taimadamente, por parte del productor, se lleva hacia el terreno de las confidencias. Ciertos elementos de la trama introducen algún elemento de leve tensión, como el hecho de usar la tarjeta de crédito de ella, porque a él le han robado las suyas,  o alguna llamada que ella sorprende en la que él pide un adelanto a alguien, lo cual deja perplejos, también, a los espectadores.

         Está claro que una película así ha de fiarse a la solvencia de los actores, y ese es el punto fuerte de la película. La mujer preterida y el galán atento y cortés pero jamás empalagoso, y en ningún caso un adonis…, funcionan a la perfección, es decir, con total verosimilitud, con dos actores como Arnaud Viard y Diane Lane. La breve aparición de Alec Baldwin sirve para plantear la relación de subordinación de la abnegada, pero cansada, esposa, y abre a la imaginación de los espectadores la necesidad de un desquite con el galán que se ofrece a llevarla a París, un viaje que es metáfora del viaje de la vida, como no podía ser de otro modo. Y en ese viaje simbólico que tanto dura, la mujer vivirá una epifanía de los sentidos que le revela ese otro lado de la vida, muy distinto del de la casi negación de los mismos que suponen ciertos hábitos austeros y de origen calvinistas que chocan con la sensualidad mediterránea y el gozo de vivir que encarna el amigo francés de la pareja. El hecho de que el marido de ella reciba la noticia de que, para un trayecto tan relativamente corto, hagan noche en el camino, añade, como es lógico, el fantasma de los celos relativos como un ingrediente de la posible transgresión.

         Dada esa índole turística y la condición social de los personajes, la película se centra en lo exquisito, a todos los niveles, y parte de ese «encanto» son las referencias intercaladas a ciertas obras de arte que ambos viajeros «reinterpretan» durante el viaje, como La comida campestre, de Renoir. Todo ello le da a la película un aire inconfundible de reportaje turístico sobre cuya amenidad no cabe discusión posible. Desde un museo de telas, hasta un acueducto romano, pasando por la meta de un circo también romano o la iglesia catedral donde ella recuerda la pérdida del primer hijo, en una sentida escena, la película discurre por el paisaje con un sentido del tiempo y del progreso de la relación afectiva entre ambos personajes muy sólida, lo que permite construir, con sus momentos cómicos, una película muy agradable de ver, porque Eleanor Coppola consigue trasmitir, gracias a tan dotados intérpretes, la sutileza de una relación que se va estrechando por sus pasos contados.

         Nos ha recordado El viaje, de Michael Winterbottom con un inspiradísimo Steve Coogan, quien tanto brilló en la película Stan &Ollie, de Jon S. Baird, cuyo éxito forzó el rodaje de varias secuelas. En esta ocasión no sé yo si la película podría incluirse en el llamado género del gastro-cine, porque conviene atender prioritariamente a la transformación de la mujer, quien descubre que, extramuros la tradicional y rígida división de roles en el matrimonio con su marido, hay una vida llena de descubrimientos, placeres y sensaciones que se está perdiendo y a los que ¿por qué no ha de tener ella derecho, ahora, además, que su hija ha «volado» del nido? Si alguien quiere pasar un rato entretenido y divertido, esta película, que no aspira a pasar a ninguna historia trascendental del séptimo arte, tiene los suficientes ingredientes como para que no se arrepiente de haberla escogido. ¡Que disfruten de ella!

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