miércoles, 20 de abril de 2022

«Licorice Pizza», de Paul ThomasAnderson o un biopic alocado de Gary Goetzman.

Entre Verano azul y el self made man: una comedia romántico-empresarial.

 

Título original: Licorice Pizza

Año: 2021

Duración: 133 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Paul Thomas Anderson

Guion: Paul Thomas Anderson

Música: Jonny Greenwood

Fotografía: Paul Thomas Anderson, Michael Bauman

Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits, Ben Safdie, Joseph Cross, Skyler Gisondo, Mary Elizabeth Ellis, Ryan Heffington, Nate Mann, John Michael Higgins, Harriet Sansom Harris, Christine Ebersole, Emily Althaus, Danielle Haim, Este Haim, Maya Rudolph, Destry Allyn Spielberg, George DiCaprio, Iyana Halley, Ray Ray Chase, Emma Dumont, Jon Beavers.

 

                    Supongo que las comedias alocadas, un género muy definido en la filmografía usamericana, han pesado mucho sobre el director a la hora de llevar a la pantalla la casi disparatada historia de un actor niño que devino, cumplida la etapa infantil, un intuitivo emprendedor capaz de atisbar posibilidades de negocio donde otros no las veían o ser capaz de adelantarse al levantamiento de prohibiciones sobre las máquinas de juego, captado de pasada en las declaraciones de un político, para abrir un local con ellas. Lo sorprendente de todo ello es que la criatura en cuestión tenga quince años y un aplomo emprendedor que ya quisieran otros bastante más talluditos.

         El comienzo de la película, sin embargo, es el de cualquier comedia romántica: chica impresiona a chico que, desde el instante mismo de verla, ya bebe los vientos por ella y decide  iniciar un asedio para «rendirla» que se alarga, sin embargo, durante toda la película, porque ella es trece años mayor que él y aspira, por su lado, a construirse una vida en la que halle una relación que la permita independizarse de su núcleo familiar, el padre, la madre y dos hermanas, que tanto la mortifica, por su inadecuación al mismo.

Los dos proyectos individuales irán encontrándose y distanciándose a lo largo de la historia, de modo que se crean narraciones paralelas que, gracias a las iniciativas del joven emprendedor, entran en contacto lo suficiente como para que no podamos hablar de dos tramas. De una u otra forma, ambos jóvenes se sienten atraídos el uno por el otro, pero mientras que el protagonista, Gary Valentine, interpretado brillantemente por el hijo de Seymour Hoffman, está constante y devotamente enamorado de ella, ella, Alana Kane, interpretada por una sobresaliente Alana Haim, tiene la impresión de que Gary es aún demasiado joven como para que ella lo escoja para pensar en un proyecto de vida en común. Es importante destacar, a pesar del enamoramiento de Gary, que tampoco le hace ascos a dejarse atraer por cualquier belleza a la que sus precoces dotes empresariales deslumbren, como de hecho sucede en el decurso de la trama. Ambos protagonistas hacen su debut en esta película, y ello contribuye, dada la poca espectacularidad de sus físicos, a dotar de un realismo muy notable a la película, lo que la hace muy cercana al espectador. Alana, sin embargo, tiene una sólida carrera musical y Paul Thomas Anderson ha dirigido no pocos videoclips de su grupo, formado con sus dos hermanas.

Aunque la historia esté basada en una historia real, la del productor Gary Goetzman, en cuyo haber figuran títulos tan populares como Mi gran boda griega, de Joel Zwick,, Mamma mia!, de Phyllida Lloyd o El silencio de los corderos y Philadephia, ambas de Jonathan Demme , a mí, particularmente, las andanzas del niño actor devenido precoz empresario me han dejado, en buena parte del metraje, la sensación de estar viendo algo así como un episodio adaptado de Verano Azul, la famosa serie de Antonio Mercero,  porque las edades de su pandilla de amigos, con quienes los monta lo permiten. Ha de decirse, con todo, que cuando el protagonista real inicia esos negocios tiene ya veintiún añitos, lo cual es bastante diferente, porque, a pesar del estrellato minúsculo de su etapa de niño actor, hay momentos en que chirría el desajuste entre la edad y los comportamientos, como el de ser un «habitual» del restaurante donde aparecen estrellas del momento, como el Jack Holden espectacular al que da vida Sean Penn, quien, junto con un clásico del cine independiente, Tom Waits, montan una secuencia fantástica, aunque más alocada aún que el resto de la historia. Lo mismo pasa con la deriva esperpéntica de la entrega de una cama de agua —el primer negocio que monta el protagonista— en el domicilio de Barbra Streisand y Jon Peters, interpretado, este último, tan tópica como desmadradamente, por Bradley Cooper. Se trata de «detalles de ambiente» que «fijan» la época, 1973, cuando tiene lugar la gran crisis del petróleo que comienza a transformar las relaciones económicas en todo el planeta. Esa parte del ambiente cinematográfico en el que quiere entrar la protagonista, de la mano del exniño actor es un poderoso reclamo de la película, porque se ve el otro lado del glamur y del éxito estelar.

Aunque la película tiene algunas escenas graciosas, y los chascos sentimentales de ella en sus pretensiones de tener una relación «adulta» forman parte de lo mejor de la película, la única risotada que di fue fuera del cine, camino de casa, al ocurrírseme la relación de la banda emprendedora con la banda de Verano Azul y pensar que si se le hubiera ocurrido «meter» a Chanquete, con su barca, en una secuencia, en España hubieran ido al cine a ver su película no menos de diez millones de personas… Con ello en modo alguno pretendo desfigurar el intento de recreación de la adolescencia del director y del *biopicado en un barrio concreto de L.A., pero no es menos cierto que a la película le sobran unas cuantas carreritas que parecen un recurso demasiado facilón para un artista de tanta envergadura como Paul Thomas Anderson. Si bien no hice la crítica de «Embriagado de amor» (Punch-Drunk Love), hay algo en ella que la emparenta con esta Licorice Pizza, aunque aquí se manifiesta en una dimensión coral lo que en la primera era una compleja personalidad individual que Adam Sandler saca adelante un poco a trompicones.

Confieso que el retrato de época está muy conseguido y que los dos protagonistas llevan a cabo su cometido de una manera extraordinaria, porque sus actuaciones convencen plenamente a los espectadores, y el despertar al amor y a la sexualidad en dos edades tan distintas como las de la imposible pareja está perfectamente descrito, pero el desnivel, que tanto afecta a  la verosimilitud, entre los quince años del protagonista, que ni tiene aún el carnet de conducir —ese rito de paso en Usamérica para indicar que ya has entrado en la vida adulta—, y sus aventuras «empresariales», aún con el acné adolescente a cuestas, más la indefinida relación entre los amantes que se rehúyen tanto como se buscan, no acaban de convertir Licorice Pizza en la película evocativa que podría haber sido. Podemos disfrutar, eso sí, de la naturalidad con que el protagonista aborda su necesidad de tener una experiencia sexual plena y es muy atractiva la personalidad de «triunfador» que cultiva para seducir a la persona que tanto lo ha impactado, quien no acaba nunca de dar el paso decisivo que la ligue a él.

 

[Nota bene: El título de la película hace referencia a una casa de discos muy popular y así llamada, por la similitud evidente entre el color y la forma de los vinilos y el regaliz y la pizza, si bien la tienda no aparece en ninguna secuencia de la película.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario