miércoles, 6 de marzo de 2024

«Emily», de Frances O’Connor, ópera prima sobre la familia Brontë..

 

Una distorsión biográfica en un marco estilizado: la traición a lo real para realzar la posible fuente de la imaginación.

 

Título original: Emily

Año: 2022

Duración: 130 min.

País: Reino Unido

Dirección: Frances O'Connor

Guion: Frances O'Connor

Reparto: Emma Mackey; Adrian Dunbar; Oliver Jackson-Cohen; Gemma Jones; Fionn Whitehead; Alexandra Dowling; Amelia Gething; Sacha Parkinson; Philip Desmeules; Gerald Lepkowski; Elijah Wolf; Veronica Roberts; Cara Foley; Paul Warriner; Emma Harbour.

Música: Abel Korzeniowski

Fotografía: Nanu Segal.

 

          La familia Brontë ha sido objeto de copiosa atención crítica y, por supuesto, cinematográfica y literaria. No hay más que pensar en las múltiples adaptaciones cinematográficas de Cumbres borrascosas, entre las que destaca, por mucho, Abismos de pasión, de Luis Buñuel, o en la novela de Jean Rhys, El ancho mar de los sargazos, que se presenta como una precuela de Jane Eyre, por ejemplo. El debut en la dirección de Frances O’Connor, a quien no recordaba —¡cómo nos va abandonando la memoria…!— como la madre de I.A. de Spielberg, se ha centrado en una de las tres hermanas escritoras, Emily, ubicada en el orden de los hijos entre Charlotte, la mayor y Anne, la menor. El hermano, Branwell, nació entre Emily y Anne, y era, hasta su desvarío, el preferido del padre, si bien luego celebró los éxitos literarios de sus hijas, y muy especialmente el de Charlotte, la más emprendedora de todas.

          La película, rodada en los escenarios propios de la vida de la familia, intenta mostrarnos los entresijos de una vida familiar en la que la ausencia de la madre es determinante, así como la no mencionada ausencia de las dos hijas mayores, María y Elizabeth, que mueren de tuberculosis prematuramente, enfermedad que será la causante de otras muertes en una familia en la que todos, salvo el padre, mueren a edades tempranas, Emily incluida.

          Emily destaca, sobre todo, por ser una mujer introvertida, poco amiga de relaciones sociales, con una gran imaginación y una especial sensibilidad. La colaboración literaria entre los cuatro hermanos vivos nace como un juego en el que crean mundos fabulosos: Glass Town, Gondal y Angria, escritos en cuadernos diminutos, al tiempo que las tres hermanas escriben sus poemas, que, finalmente, publicarán con sus pseudónimos masculinos: Currer, Ellis y Acton Bells, nombre con el que aparece la primera edición de Cumbres borrascosas, a diferencia de lo que se refleja en la película. Pero esta no será, lamentablemente, la mayor de las licencias e infidelidades que nos brinda la historia. Entiendo bien la compulsión de crear una heroína romántica cuyos terribles amores malditos encandilen a las mujeres y hombres de nuestro tiempo, pero tengo para mí que un retrato más fiel a la época y a la austeridad emocional y social de que hizo gala Emily durante su corta vida, una contención que nada tenía que ver con su experiencia de la naturaleza y su atormentada psicología, hubieran beneficiado más a la película. Hay escenas propiamente «impensables» para la época, y de ello se resiente la película. A ese respecto, ¡cuánto más próxima a la realidad fue la versión fílmica de Terence Davies de la vida de la otra Emily, Dickinson, Historia de una pasión!, que guarda no pocas afinidades biográficas con la vida de Emily Brontë.

          La película de O’Connor se ve con agrado e interés, porque presenta una puesta en escena que permite a los espectadores «empaparse» de los escenarios reales donde transcurrió la vida de la protagonista, Haworth, en Yorkshire, donde el padre trabajaba como párroco. En la película, por cierto, no se explicita, pero el padre tenía una muy sólida formación, que incluyó su paso por la universidad de Cambridge. Sin duda, las inclinaciones de sus hijos habrían tenido en esa formación un primer impulso, además del aprendizaje que supone criarse junto a una persona tan ilustrada.

          La aparición de un ayudante del padre, William Weightman, hacia quien dirigen sus ojos las tres hermanas, va a desencadenar, en la película una historia de amor apasionado que marcará para siempre la vida de la protagonista, por más que sea una suposición atrevida, no un hecho probado, dado que, además, el aspirante a párroco se interesó, al parecer, por Anne, la hermana menor de Emily.  Lo cierto es que se trata de un amor romántico y trágico, con una sexualidad explícita totalmente inverosímil, pero, entre esa «liberación» y el consumo de opio, descubierto accidentalmente, se nos ofrece la estampa de una mujer rebelde que parece desafiar a su tiempo desde una posición de «empoderamiento» totalmente anacrónica. Emily, a diferencia de sus hermanas, que llegaron a ser profesoras, prefirió vivir en la casa familiar y convertirse en algo así como la administradora. Lo cierto es que de su novela, Cumbres borrascosas, pasa a la biografía un episodio  muy bien rodado: la observación fisgona de la vida cotidiana de unos vecinos cuya intimidad desafían. En la película, sin embargo, se resuelve con una elipsis lo que en la novela se presenta como realidad: que el terrible perro da caza a la protagonista de la novela, mordedura incluida. La biografía se abstiene, sin embargo, de reproducir el episodio real en que Emily se cauteriza con un hierro candente la mordedura de su propio perro, lo que da idea del temple de la escritora.

          Quizá lo más interesante de la novela sea el mundo de rivalidades en que viven los cuatro hermanos, aunque se dibuja un enfrentamiento celoso entre Charlotte y Emily que no me parece tampoco, sin ser un experto en la biografía de la familia, que responda demasiado a la realidad. De hecho, es Charlotte, a la muerte de Emily, quien promueve la segunda edición de la novela.

          Las interpretaciones se ajustan notablemente a los personajes, pero discrepo de muchas otras críticas en el acierto de la protagonista, Emma Mackey, porque, a mi entender, sobreactúa gratuitamente la mayor parte del tiempo. No sucede así, sin embargo, en dos momentos muy distintos de la historia, pero ambos resueltos excepcionalmente: la sesión espiritista a través de la máscara que perteneció a la madre, una secuencia que me parece lo mejor de la película, y la despedida, sábana de por medio, entre Emily y su hermano, llena de un lirismo que se ve acentuado por la profundidad del paisaje en la que se inserta.

          En conjunto, tanto la cuidadísima fotografía, como los bellos lugares escogidos para la filmación, son alicientes que invitan a recrear cómo fue la vida humilde de una familia cuyo cabeza tenía unos ingresos muy limitados, y nos permite descubrir ese pequeño mundo de relaciones fraternales tan complejo como atractivo.

 

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