El poder, los
estereotipos y la ideología woke… en una comedia con excelentes finales…
Título original: American
Fiction
Año: 2023
Duración: 117 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Cord Jefferson
Guion: Cord Jefferson. Novela: Percival Everett
Reparto: Jeffrey Wright; Tracee Ellis Ross; Erika Alexander; Issa Rae; Sterling
K. Brown;
John Ortiz; Leslie Uggams; Adam Brody; Keith David; Myra Lucretia Taylor;
Raymond Anthony Thomas; Okieriete Onaodowan; Miriam Shor; Michael Cyril
Creighton; Patrick Fischler; Neal Lerner; J.C. MacKenzie; Jenn Harris; Bates
Wilder; Michael Jibrin; Skyler Wright; John Ales; Michele Proude; David De Beck;
Becki Dennis; Greta Quispe; Kate Avallone; Dustin Tucker; Justin Andrew
Phillips; Jason A. Martinez; Celeste Oliva; Alexander Pobutsky; Michael
Malvesti.
Música: Laura Karpman
Fotografía: Cristina Dunlap.
Otra pieza
cobrada a la actualidad: una película con Oscar al mejor guion adaptado en la
primera aparición en un largo de su autor, Cord Jefferson, habitual de la
televisión, y a quien se le cerraron no pocas puertas antes de poder sacar
adelante su proyecto. El premio reconoce la calidad de un guion perfectamente
trabado que fluye con una doble perspectiva: el drama familiar y la comedia en
el mundo literario. Arranca con el despido de un novelista de su puesto como
profesor de escritura en una universidad, donde es denunciado por el wokismo
dominante en tantos sectores de la sociedad usamericana y europea, y su regreso
a la casa familiar para encontrarse no solo con la muerte de su hermana, el
ángel de la guarda que lo ha librado de la responsabilidad frente al
envejecimiento de su madre —su padre se suicidó en la casa de la playa de la
familia—, con Alzheimer declarado y a quien él se ve forzado a cuidar, dada la
ausencia del otro hermano, un escultural gay, aficionado a colocarse, con quien se reencuentra y a quien tendrá que
descubrir para aceptarlo, si bien es él quien se encarga de todos los trámites
para instalar a su madre en una residencia donde reciba los cuidados que él no
está dispuesto a prodigarle, por supuesto, y en buena lógica vital. Después de
algunas publicaciones exitosas, el autor protagonista choca contra un muro de
incomprensión acerca de sus proyectos de notable altura intelectual. La desaparición
de su fuente de ingresos lo obliga a buscar una solución y, a modo de
divertimento, se dedica a escribir una novela llena de motherfuckers y
otras crudas lindezas en un ambiente de marginación y drogas que, en un guiño
cómico no original, pero sí efectivo, se representa ante su escritorio, de tal
manera que los personajes están pendientes de lo que a él, finalmente, le dé
por escribir. La escena es divertida y constituye una muestra del disparate
frenético y sádico de ciertos ambientes que parecen inspirados en The Wire,
de David Simon, pero en su versión más
cutre. Al final, la firma con un pseudónimo
y se la envía a su desesperado representante, quien la mueve entre los editores
y consigue «colocarla», con la ficción contextual de que el autor es un huido
de la Justicia, y de ahí el uso del pseudónimo. El experimento, en consecuencia, que se
inicia como un juego, acaba cobrando una dimensión que se le escapa de las
manos al autor, quien, además, es convencido para participar como miembro «de
cuota racial» en el comité que otorga el premio al libro del año, comité donde
ha de evaluar su propia obra, a la que, en un triple mortal sin red, decide
cambiarle el título original por el de Fuck, ante el estupor, primero, y
el entusiasmo, después, de los editores que están dispuestos a pagar por esa «mierda»
deliberada, hasta 750.000$, lo que queda chico ante los cuatro millones que,
rodando y rodando la bola del disparate, está dispuesto a pagarle un director
por la adaptación al cine. Y ahí la trama deriva hacia una complicación
argumental que se superpone a la historia cotidiana de la vida familiar y la
relación del protagonista con una vecina que ha leído sus libros pero a la que
sorprende leyendo el bodrio que ha escrito para reírse de los lectores blancos a
los que todo lo relativo a la «negritud» les interesa y siguen desde esa
superioridad que, junto a otra escritora con quien coincide en el jurado, él
califica como «de los Hampton», esto es, la zona residencial del extremo de
Coney Island con el valor inmobiliario más alto de toda Usamérica.
Las dos tramas, que canónicamente acaban convergiendo, se siguen con absoluto placer, gracias, sobre todo, a un protagonista, Jeffrey
Wright, que pasea su escepticismo y su contención expresiva a lo largo de la
película con un magnífico sentido del humor. Estamos ante un escritor
consciente de lo que son los altos valores culturales de la literatura y que se
ve embarcado en una suerte de engaño masivo que descubre las miserias de un
mundo editorial amigo del sensacionalismo y dispuesto a convertir en un
superventas una novela que ni llega a la altura de las de quiosco, las venerables
muestras de pulp-fiction a las que rindió extraordinario homenaje
Tarantino en su famosa película. Junto a esa trama desternillante, el drama
familiar, al que el hermano y la criada de la casa con su boda tardía, añaden
un toque de comedia, nos priva, por exigencias del guion que imponen la muerte
de la hermana cuidadora para que el autor haya de vérselas con la vida real, en
vez de solo con sus elaboradas ficciones, la presencia de una actriz, tan eficaz
en su papel de doctora desengañada, como Tracee Ellis Ross. ¡Una lástima que el
guion exija óbitos estratégicos así!
American
Fiction, pues, viene a ser como una alternativa a los premios «oficiales»
del poderío productor, filmada desde una visión muy realista de la sociedad
usamericana y con muy notable sentido del humor. Tenía razón su director. Es
posible que en vez de una película de doscientos millones, se deberían hacer
diez de veinte, porque hay muchas historias que merecen ser contadas. Y esta de
Cord Jefferson es una buena muestra.
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