Anatomía del
mal sin fisuras en los rígidos cánones del género.
Título original: Born to Kill
Año: 1947
Duración: 92 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Wise
Guion: Eve Green, Richard Macaulay
Reparto: Claire Trevor; Lawrence Tierney; Walter Slezak; Phillip Terry; Audrey
Long; Elisha Cook Jr.; Isabel Jewell; Esther Howard.
Música: Paul Sawtell
Fotografía: Robert De Grasse
(B&W).
Una trama
compacta y un crescendo que desafía cualquier lógica son, curiosamente, dos
serios valores de este debut de Wise en el cine negro. De hecho, desde su
inicio en Reno, con el divorcio de la protagonista, la trama se sucede con una
sola premisa: la atracción del mal unida al deseo sexual. El protagonista de la
historia es un psicópata que convive con un amigo que intenta dominarlo para
que no se meta en líos, encarnado por un secundario de lujo, Elisha Cook Jr.,
también habitual en roles de psicópata, por cierto. El protagonista mata a una
novia de circunstancias porque esta le ha sido infiel, y lo hace en la casa de
ella, donde se hospedan dos mujeres más, la protagonista y una mujer mayor que
acaba heredando la casa y algún dinero de la asesinada, bienes con los que
contrata a un investigador privado para que busque al asesino de su anfitriona.
La actuación de esa amiga, Esther Howard, aunque peque de una leve sobreactuación,
es, junto con el detective, Walter Slezak, de lo mejor de la película, porque
Claire Trevor peca de ceguera apasionada por un hombre al que cualquiera cala
de buen comienzo, menos ella y su hermanastra, la hija rica del padre de ambos
y de cuyo dinero vive la hermanastra. Cuando se produce el asesinato en Reno,
ambos protagonistas dejan la ciudad en el tren para desplazarse a San
Francisco, ella, que ha descubierto los cadáveres, tratando de no sentirse involucrada;
él, por razones obvias, tratándose del asesino. Ambos han cruzado sus miradas y
su deseo en un casino, antes del asesinato; después de él vuelven a encontrarse
en el tren, en el ferry y, más adelante, en casa de ella, cuando conoce a la hermana
rica, con quien acabará casándose.
Todo discurre de
un modo fluido, pero las maniobras del detective, la querencia que él tiene por
la protagonista y la pasión de esta por un hombre tan atractivo como malvado, hacen el resto para complicar
la trama hasta un final en parte precipitado y en parte lógico, porque se ha
ido estrechando el cerco sobre el asesino, máxime tras el asesinato de su
compinche por unos celos infundados, porque los celos del protagonista respecto
de sus enamoradas de turno son uno de los principales resortes de su despiadada
agresividad. Quizá deba decir ya que Lawrence Tierney, el protagonista, no fue
una buena opción, pero ya entiendo que la producción semi-A, por no decir que
es directamente de la serie B, dada la aparición de Claire Trevor, no permite
dispendios mayores. Tierney tuvo su momento, es cierto, pero no fue un
triunfador nato, y no me extraña. Para que se me entienda, viene a ser una mezcla
entre George Raft y Ben Affleck. Los jóvenes lo reconocerán por ser el «cerebro»
de Reservoir Dogs, donde su temperamento casi psicopático, el propio del
personaje de esta película que critico, lo lleva a enfrentarse a puñetazos con
Tarantino. No tiene una filmografía muy extensa, pero tampoco me extraña. En
esta película, aunque cumple, en términos generales, se notan demasiado sus limitaciones expresivas, lo cual es un lastre que, como no podía ser de otro modo, se reflejó en los resultados en taquilla. Tengamos presente, no obstante, que los «valores»
que atraen seductoramente a la protagonista son, tal como ella los enumera: «la
fuerza, la emoción, la depravación». Si a ello unimos el juego sucio del
detective, quien no tiene ni oficina y cita a sus posibles clientes en un banco
del parque, nos encontramos con una visión social que nos habla claramente de la
podredumbre de una sociedad en la que la «pasta» (dough, en versión
original…) y el mal lo dominan todo.
En cuanto a la
realización, en la que priman los interiores, salvo el intento de acabar con la
amiga de la primera asesinada, en una playa por la noche, y del que se salva
porque los celos del psicópata lo han llevado a seguirlo para acabar con él,
lleno de ira, el director ha privilegiado ciertas tomas en picado de primeros planos
de los dos amantes, y ha optado por una iluminación contrastada, acentuando,
precisamente, los tonos sombríos que reflejan el alma turbulenta y despiadada
del psicópata. La casa de la hermanastra rica es una mansión y los salones responden
perfectamente a la tipología de ese tipo de viviendas. Del mismo modo, la
humilde habitación donde se instala, en un hotel, la heredera que ha contratado
al detective se nos ofrece con unos planos que acentúan la opresión del lugar y
preludian ese intento de asesinato que veremos después.
La intensa
actuación de Claire Trevor destaca por la elegancia en el mal que intenta
acallar cuando su hermanastra acaba en los brazos del seductor, de quien ignora
que cometió el asesinato de la casa donde se hospedó temporalmente en Reno. El
detective, que la extorsiona para que ese crimen no afecte a la familia de la
protagonista, la cala bien cuando, como parte de los tópicos del género, le
recuerda, a través del teléfono, la cita bíblica que la lapida: «Más amargo que
la muerte / es el corazón de una mujer retorcida. / Quien caiga bajo su hechizo
/ necesitará la compasión de Dios».
Sin ser, ya
digo, una muestra inolvidable del género, se sigue con notable interés y Wise
consigue que ese aroma letal con que arranca la película permanezca en el
ambiente durante todo el metraje. Eso sí, no pidan de Tierney lo que él no
puede dar, pero disfruten con el resto, ¡que no es poco!
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