domingo, 3 de marzo de 2024

«Desesperado», de Anthony Mann, un thriller de primera.

La honradez profunda de un emprendedor enamorado y enfrentado al crimen organizado.

 

Título original: Desperate

Año: 1947

Duración: 73 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Anthony Mann

Guion: Anthony Mann, Harry Essex. Historia: Dorothy Atlas

Reparto: Steve Brodie; Audrey Long; Raymond Burr; Douglas Fowley; William Challee; Jason Robards Sr.; Freddie Steele; Lee Frederick; Paul E. Burns; Ilka Grüning.

Música: Paul Sawtell
Fotografía: George E. Diskant (B&W)
.

 

          Acaso la elección del protagonista pueda ser discutible, pero las dos joyas que había rodado ese mismo año, Retorno al pasado de Jacques Tourner y Encrucijada de odios, de Edward Dmytryk, lo avalaban como una buena apuesta; sobre todo porque encarna perfectamente al hombre común que, en un rasgo de honestidad decide plantar cara a una organización mafiosa que lo ha contratado por 50 dólares, una fortuna en aquella época, para hacer un servicio con su camión, transportando género robado. Quien lo contrata, además, es un viejo conocido cuyo trato ha rehuido. La acción llega enseguida, porque, tras el preámbulo de la celebración de los cuatro primeros meses de casados, con el anuncio confidenciado a una amiga de que la mujer espera un hijo, íntima celebración que posponen para hacer ese trabajo tan bien pagado, el conductor se niega a hacer el servicio y, tras ser reducido y metido a la fuerza en el camión, este hace señas a un policía con las luces, para después arrancar y quedar el hermano del cabecilla expuesto en una balacera en la que muere un policía, aunque esta captura al hermano pequeño, quien se iniciaba en el «negocio» con ese trabajo. El resto de la banda huye del lugar y el hermano es hecho prisionero, juzgado y condenado a muerte. Mientras, el protagonista ha conseguido escapar con el camión y va a buscar a su esposa para ponerla a salvo, antes de entregarse, pero los periódicos publican su foto, vestido de militar, como un miembro huido de la banda.

          La huida para buscar refugio seguro a su esposa, por un lado; y el encierro en una infecta madriguera de la banda, por otro, marcan el desarrollo de la trama de forma muy distinta. Mientras el matrimonio huye, camuflándose, hacia la granja de unos familiares de ella, oriundos del este; el jefe de la banda se desespera para conseguir información sobre el viejo conocido, para obligarlo a presentarse ante la policía y confesar que el hermano pequeño capturado no ha tenido nada que ver en el asunto. La doble persecución acabará convergiendo, por supuesto, pero, antes, tendremos una espléndida ración de elegante, nervioso y violento cine negro canónico: ¡Esa lámpara de la madriguera, cuando intentan convencer mediante una paliza al protagonista, que oscila iluminando o ensombreciendo a un Raymond Burr espléndido en un papel que repitió a menudo en la pantalla (I love trouble, de S. Sylvan Simon, Pitfall, de André de Toth o Las fronteras del crimen, de John Farrow)! ¡Qué ángulos magníficos en contrapicado de rostros durísimos y cabezas tocadas con espléndidos sombreros icónicos del género! Más tarde, la contratación de un raterillo elegante que le sacará dinero a espuertas para buscar la información que el delincuente huido no puede, seguirá añadiendo escenas de ese estilo y diálogos salpicados de la ironía propia de quienes saben en todo el momento el poder que tienen y cómo han de usarlo, hasta que se pasan de listos o sucede lo inesperado…

          Planteada, pues, en forma contrapuntística, la película avanza contra el tiempo: que llegue el día y la hora de la ejecución del mafiosillo y que el protagonista no sea descubierto por un jefe que ya no aspira a salvar a su hermano, sino a vengarlo con la mayor sangre fría imaginable, porque aspira a hacer coincidir la hora de la ejecución con la muerte de quien fue el responsable de que la policía lo atrapara y le cargara el policía muerto, lo que explica la rapidez de la celebración del juicio y de la inminente ejecución, aunque hay un ínterin de semanas en las que el matrimonio se instala en el pueblo de los familiares, donde llegan a celebrar la boda religiosa que no pudieron en su momento (o no quisieron, no se explica), con el consiguiente baile, en el que, lo idílico tiene poca vida en el cine negro, es descubierto por el emisario del mafioso, quien llevará dicha información como un nuevo tesoro extractivo para aumentar sus beneficios.

          Aunque es la novena película de Mann, recordemos que su tercer film fue nada menos que El gran Flamarion, cuya crítica en este Ojo es de las más leídas, una película que va ganando peso específico con el paso del tiempo. Con esta pasa algo parecido: dentro de los cánones rígidos del cine negro, y con el reparto que tiene, podríamos hablar de una magnífica película de serie B, pero el mimo con que está rodada, el excelente guion, minorías étnicas incluidas, y un final antológico que no puedo revelar, pero que, una vez visto, es muy difícil olvidar, suben la categoría de esta película a una de las grandes del género. A título anecdótico diré que en el reparto se anunciaba a Jason Robards y que me pasé toda la película esperando su aparición sin éxito. Hube de volver a verla para identificar, finalmente, a Jason Robards ¡Sr! —el padre del protagonista de La balada de Cable Hogue, de Sam Peckinpah— en el papel del comisario Ferrari, y en quien acabé viendo un cierto parecido físico con su hijo.

         

         

No hay comentarios:

Publicar un comentario