En el duro mundo
de los comediantes de Viaje a ninguna parte, una excepcional comedia
criminal del maestro de inagotable fondo...
Título original: Murder!
Año: 1930
Duración: 92 min.
País: Reino Unido
Dirección: Alfred Hitchcock
Guion: Alma Reville. Obra:
Clemence Dane, Helen de Guerry Simpson
Reparto: Herbert Marshall; Nora Baring; Phyllis Konstam; Edward Chapman;
Miles Mander; Esme Percy; Donald Calthrop.
Música: John Reynders
Fotografía: Jack E. Cox
(B&W).
Esta comedia criminal fue
una de las primeras películas habladas de Hitchcock, quien no tardó en innovar,
por ejemplo, la voz en off en una de las escenas, mientras el protagonista,
el siempre extraordinario Herbert Marshall, se afeita ante el espejo. La obra
tiene más de comedia que de película de crímenes, y ello se manifiesta desde el
fantástico comienzo en que, tras oírse gritos en la noche y ruidos alborotadores,
los vecinos de una calle van saliendo a la ventana para averiguar qué pasa, un
travelín maravilloso que va a marcar el tono de comedia que tendrá toda la función,
y que acredita una faceta de Hitchcock que no siempre se ha valorado como se
debe, aunque él la haya manifestado en casi todas sus películas, con grandes
secuencias e ingeniosos gags, perfectamente construidos.
En una de las casas, una actriz de la compañía
que se aloja en diferentes casas del barrio se halla aturdida junto a la
chimenea, con el cadáver de una compañera en el suelo y el atizador de la chimenea
ensangrentado a sus pies. Es avisada la policía y, tras unas breves averiguaciones
y entrevistas a los miembros de la compañía, sobre todo al gerente y su mujer, en
quien Hitchcock ha fijado la cámara para ofrecernos los rápidos e ingeniosos
movimientos con que pasa del camisón a
la ropa de calle para acercarse a la casa donde han sucedido los hechos, la
mujer es detenida y llevada a comisaría para ser, posteriormente, puesta a
disposición judicial. La acción es trepidante y no tardamos en vernos en mitad
del juicio en el que no hay ningún testimonio que exculpe a la joven, aunque
tampoco los haya que la incriminen de forma concluyente e inapelable.
La indagación de la policía sobre los
miembros de la compañía se realiza in situ, en el teatro, en medio de una
representación en la que los diferentes actores van saliendo y cambiando de
indumentaria para representar los diferentes papeles de la obra. Todo ese juego
de entradas, salidas, preguntas sobre el caso, y la perspectiva de lo que
ocurre en escena desde las bambalinas es de un dinamismo graciosísimo,
aumentado por el juego del travestismo tan eficaz siempre en la comedia, y cuya
versión definitiva en la obra va a adquirir, sin embargo, una deriva dramática, pero eso pertenece ya al
desenlace y conviene no adelantarse.
El juicio es tan rápido como la cena
de quien ayuna, pero lo maravilloso tiene lugar a continuación, durante la
deliberación del jurado. Esas secuencias me parecen absolutamente antológicas y
una muestra de la mejor comedia de la mucha que abunda en el cine de Sir
Alfred. La galería de pueblerinos que
han de emitir su veredicto, así como las deliberaciones que se producen en ese
espacio cerrado en el que han de ir tratando de ligar un veredicto unánime para
absolver o condenar, me parece de lo mejorcito de la película. ¡Pero quién ha
hecho semejante casting para ese tramo magistral del jurado! Entre los
miembros del jurado hay un Sir que es el único que defiende la inocencia de la
actriz. Después de haber vencido la resistencia de otros miembros de muy
diverso pelaje cómico, sobre todo el del indeciso que ni siquiera se entera de
lo que están discutiendo, como un coro griego todos los componentes del jurado
se vuelven hacia Sir John para presionarlo y sacarle el veredicto de
culpabilidad que los libera de seguir reunidos, y lo hacen como un auténtico
coro griego que rebate los flojos argumentos del noble en defensa de la joven,
hasta que acaba claudicando y se suma al veredicto unánime que llevará a la
joven a la pena de horca.
La segunda parte de la película nos
narra la decisión de Sir John de esclarecer el asesinato y probar la inocencia
de la acusada. Contrata al gerente de la compañía donde trabajaba la actriz y
le encarga la preparación de una obra mediante la cual puedan demostrar dicha
inocencia. Se trata, en consecuencia, de adoptar el doble papel de detective —las
autoras, de hecho, escribieron dos novelas más con el mismo personaje— y de actor,
productor y escritor teatral, todo ello con el noble objetivo de, a través del
arte, lograr descubrir la verdad de un caso que le parece a Sir John un
evidente y clamoroso error judicial, basado en pruebas demasiado
circunstanciales y sin que la condenada hubiera aceptado en ningún momento la
comisión del delito. Si nos faltaba algún elemento sorprendente para captar la
dimensión surrealista de cuanto rodea a Sir John, solo hemos de reparar en la recepción
que dispensa al gerente y a su mujer, dos pardillos que en ese momento están
son trabajo y a punto de ser puestos de patitas en la calle por una patrona
harta de no cobrar. La cámara que sirve de despacho y comedor a Sir John tiene
el suelo hinchable, por el que caminan los invitados con notable dificultad, y,
al sentarse, corren el peligro de caerse de espaldas. Nada más ver ese detalle
que roza con lo absurdo me ha venido a la memoria el impactante mar de plástico
negro, creo recordar, con que Fellini abre su Casanova. A nadie de cuantos
intervienen en esas escenas, el noble, los criados o los invitados, le parece
necesario reparar en ello, y ello nos va a permitir que, con toda naturalidad,
se abran paso las pesquisas del noble. En el curso de ellas descubre, además, en la habitación de la condenada, que esta guarda un retrato suyo.
Volvemos, sí, al lugar de los hechos
y, por la escasa distancia que hay entre la vivienda donde apareció muerta la mujer
y el teatro donde trabajaban, adquiere relevancia el testimonio de la mujer del
gerente que observó la presencia de un policía. En la obra que entonces
representaban, intervenía un policía, lo que avalaba la posibilidad de que
alguno de los actores se hubiera disfrazado de agente del orden para cometer
ese asesinato que dejó en estado de choque a la compañera que fue
posteriormente acusada.
La película es un claro ejemplo del whodunit?,
«¿Quién lo hizo?», que deriva la atención del espectador exclusivamente a la
autoría del hecho, desdeñando variantes que en esta película, sin embargo,
tienen mucho peso, como las caracterizaciones del los personajes, los
sentimientos y, sobre todo, el uso del teatro como agente de investigación,
porque es solo a través de la obra que quiere representar Sir John, sobre la
mujer condenada, como se esclarecerá el caso.
No sigo, claro, porque me internaría
en el sendero de destriparles el final, pero ruego mucha atención a los
espectadores sobre el doble travestismos de un actor que dobla también su
trabajo: en el teatro y en el circo, cuyas escenas son tan antológicas como las
del juicio.
Asesinato me ha parecido una obra magnífica,
y vista por segunda vez, más aún, aunque ignoro por qué en el primer visionado
no escribí la crítica que merecía. Debió de pasárseme, sin duda. Revisitada, se
aprecian mucho mejor sus profundos valores cinematográficos, propios del inmenso
artista que luego nos deslumbró definitivamente en su época usamericana.
P.S.
A título anecdótico, cabe reseñar que Hitchcock dirigió una versión alemana que
se tituló Mary, rodada simultáneamente, aunque algo más breve que la original.
Debió de ser divertido asistir a ese rodaje doble, con los mismos escenarios y
planos, cambiando el reparto inglés por el alemán…
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