Entre la Eva bíblica y el Janos bifronte: el rescoldo y el engaño.
Título original: Dekalog,
trzy
Año: 1990
Duración: 56 min.
País: Polonia
Dirección: Krzysztof
Kieślowski
Guion: Krzysztof Kieślowski,
Krzysztof Piesiewicz
Reparto: Daniel Olbrychski;
Maria Pakulnis; Joanna Szczepkowska; Krystyna Drochocka; s
Artur Barcis; Zygmunt Fok; Krzysztof
Kumor; Dorota Stalinska; Jacek Kalucki.
Música: Zbigniew Preisner
Fotografía: Piotr Sobocinski.
Tercera
entrega del Decálogo, con una notable variación respecto a las
anteriores: el coche se erige en vehículo privilegiado que servirá de pretexto
para iniciar una búsqueda con trampa el día de Nochebuena, tras la misa del
gallo. El bloque en el que un hombre disfrazado de Santa Claus sale de un taxi
y se cruza en el portal con el padre devastado del primer episodio, lo que nos
sitúa en el microcosmos conocido donde todo puede suceder y, de hecho, sucede,
es el mismo de las otras películas. Santa entra en el piso, venciendo la
incredulidad de los pequeños y reparte los regalos. Cuando, más tarde, se quita
el disfraz, rehúye la caricia de su mujer y confirma que irán a misa del gallo.
De forma paralela, una hermosísima mujer, de nombre Ewa, visita un internado en
el que está su tía, no sin que antes un interno salga corriendo sobre la nieve,
en actitud de escapar. Cuando el protagonista cruza
la mirada en la misa del gallo con esa mujer sabemos, por el
esbozo de sonrisa que ella dibuja en su rostro, que entre ellos ha habido una
historia, y que no parece del todo superada. En cualquier caso, los destinos de
ambos se cruzan cuando ella se presenta junto a su bloque y le comunica que su
marido, amigo de él, ha desaparecido, y
le pide ayuda para buscarlo. Él pone como excusa en casa que les han robado el taxi. La
mujer, incrédula, sabe que ahí hay una vuelta a un pasado del que su marido no
parece haberse liberado. Simbólicamente, ella es Ewa; él, Janusz, el dios
bifronte de los griegos, el dios de las entradas y salidas, el que da nombre a
nuestro mes de enero en el calendario. Todo sencillo y evidente, en principio.
Las lágrimas que recorren las mejillas de ella cuando le pide ayuda contrastan,
una vez que ambos han salido a buscar al desaparecido, con el hombre que pasa
por delante de la esposa abandonada el día de Nochebuena arrastrando un árbol
de Navidad desnudo y repitiendo: «¿Dónde está mi casa?» Dos contactos con la
locura, o, mirado desde una perspectiva cultural, con el surrealismo, y
enseguida los espacios desérticos de una ciudad
que, como pide el título de la entrega: «santifica las fiestas».
Este episodio,
así pues, se va a construir sobre una doble indagación: la de los personajes
sobre el «tercero» que influyó en su relación y la modificó radicalmente,
porque apartó al uno del otro; y la del espectador que quiere conocer la
naturaleza de esa relación y, ya de paso, el destino de ese Edward desaparecido
súbitamente, dejándola a ella sumida en la más acuciante de las angustias, lo
que la lleva a buscar ayuda en quien se supone que algo importante tuvo que ver
en su vida. Él, Janusz, la recibe con descortesía y como si quisiera quitarse
de encima una mujer que lo asedia. Solo las lágrimas de ella lo aplacan y
consiguen sumarlo a la búsqueda de Edward. El espectador irá descubriendo ambas
historias a medida que avanza la película y la búsqueda por hospitales,
comisarías y centros de toxicómanos se vuelve infructuosa. Sí, hay algo de las
famosas road movies, e incluso asistimos a dos escenas de tráfico
sorprendentes hasta el momento, dado el tenor de los otros episodios, que
transcurren básicamente en interiores. En una, después de que la mujer confiesa
que está en tal estado depresivo que no le importaría morir, Janusz, en parte
harto del chantaje emocional de la mujer, dirige el coche, a toda velocidad,
contra un autobús conducido, curiosamente, por el personaje que contemplaba la
fogata en el primer mandamiento, el enfermero que contempla a la mujer y al
marido enfermo en el segundo y, ahora, conduciendo ese autobús que puede sufrir
el impacto suicida del coche que acelera su marcha contra él. Solo un volantazo
en el último momento impide la consumación de la tragedia; porque nos movemos
en ese ámbito, el de lo trágico: la búsqueda de la mujer es la búsqueda de su
propia salvación, no solo la de su marido. Varsovia durante la noche del 24 de
diciembre es una ciudad tan fantasmal como delirante es la tela de araña que
Ewa teje alrededor de una presa que, aun resistiéndose a caer en ella, casi
podríamos decir que se ofrece voluntariamente. La búsqueda se extiende, sin que tenga sentido alguno, a
un centro de detención de toxicómanos en el que, en un acto de crueldad suma,
el encargado, más perturbado aún que los allí retenidos, dirige el chorro de
agua fría de una manguera contra dos detenidos desnudos, lo que provoca una
defensa por parte de Janusz que nos hace ver la indescriptible crueldad del
método que emplea para que, al darse la vuelta, puedan identificar o no a la
persona que buscan. La extensión de la búsqueda a una estación de trenes en la
que muy probablemente será la única noche en que no viaje nadie, nos ofrece la
estampa de una celadora que llega, atravesando un amplísimo vestíbulo, sobre
una tabla de skate, una imagen turbadora de la modernidad que contrasta con la
festividad religiosa.
No forma parte
del desenlace el hecho de saber, para tranquilidad de los espectadores, que el
tal Edward no ha abandonado a Ewa, sino que lleva tres años viviendo en otra
ciudad y está casado y con hijos, algo que no le queda más remedio que
confirmar a raíz de que él deduzca por el paripé de las cosas íntimas de baño
que ella saca para crear la apariencia de que Edward vive allí. Toda la tensión
vivida en la fiesta santificada se revela, pues, como el ancestral intento de
atraer la hembra al macho para cumplir con los preceptos divinos: creced y
multiplicaos. Otra cosa, claro, es qué decide él y cómo ha de explicar, al
llegar a casa, su larga ausencia en noche tan señalada del año.
Añadiría que a
los espectadores les resultará muy familiar el rostro del protagonista, porque Daniel
Olbrychski ha sido intérprete de varias
películas del reconocido director polaco Andrzej Wajda, aunque ha trabajado con
otros directores de igual o mayor valía. Este episodio depende en gran medida
de su maestría para trasladar a los espectadores estados de ánimo confusos y
desconcertantes para el propio personaje, porque, una vez rehecha su vida, tras
haber sido preterido por el supuesto rival, Edward, la soledad y el egoísmo de
Ewa la empuja a pretender recuperarlo. La tentación es grande, a juzgar por
cómo dócilmente decide acompañar a la mujer en el recorrido nocturno en busca
de su amigo, pero la incomodidad no es menor. No decepcionará al espectador ni
el desenlace ni este capítulo tan intenso en una noche tan señalada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario