Dos vidas: la
estremecedora huella ardiente del
nazismo y la guerra fría.
Título
original: Zwei Leben (Two Lives)
Año: 2012
Duración: 97 min.
País: Alemania
Director: Georg Maas, Judith Kaufmann
Guión: Georg Maas, Christoph
Tölle, Ståle Stein Berg, Judith Kaufmann (Novela: Hannelore Hippe)
Música: Christoph Kaiser, Julian
Maas
Fotografía: Judith Kaufmann
Reparto: Juliane Köhler, Ken Duken, Liv Ullmann, Sven Nordin, Julia Bache-Wiig, Rainer
Dos vidas es una película política, sin duda, porque sin el contexto inicial de los
delirios raciales del nazismo y, posteriormente, del totalitarismo comunista de
la DDR alemana, resulta imposible comprender lo que la película también es: una
tragedia humana que le llega al espectador de una forma tan contundente que lo
lleva a la congoja e incluso al sufrimiento. La película transcurre con
absoluta normalidad hasta que comienzan a aparecer comportamientos inquietantes
de la protagonista que al espectador le cuesta interpretar, porque se le ofrecen,
como debe ser, con una clamorosa ausencia de datos que el guión se reserva como
bazas que se irán jugando con un timing
perfecto para construir lo que bien podría ser considerado un thriller político
en la línea de las investigaciones del
sueco Stieg Larsson, autor de la trilogía Millennium, cuyas adaptaciones
al cine se dejaban ver con interés tanto la primera, Los hombres que no amaban a las mujeres, dirigida por Niels Arden
(muy superior a la versión americana de David Fincher, a pesar del prestigio de
este director), como las otras dos dirigidas por Daniel Alfredson.
En Dos vidas hay una compleja trama que se
inicia con las relaciones que tiene una mujer danesa, magnífica Liv Ullmann
–sobre quien el director Georg Maas rodó un documental en 2012, no visto aquí,
como tampoco han sido vistas sus dos primeras películas, que espero puedan ser
rescatadas a partir del éxito que le auguro a esta tercera película suya– con
un oficial alemán invasor, un aspecto de la trama, sin embargo, por el que se
pasa como de puntillas, cuando es sabido que en Francia, por ejemplo, fue
brutal el castigo-escarmiento público inmoral y despiadado que infligieron a
las “colaboracionistas horizontales”, como las llamaron, y hay estremecedora
foto de Robert Kappa al respecto.. La diferencia es que en Noruega hasta hubo un gobierno
noruego pronazi, el de Quisling. Fuera como fuese, el caso es que la película
en ningún caso se plantea esa especial confraternización con el enemigo, como
lo prueba el que un retrato con el oficial nazi presida el rincón de fotos del
comedor de la madre. La hija de ambos, sin embargo, le fue sustraída a la madre
para mandarla a Alemania para ser educada en un Lebensborn o centro de educación de la savia auténticamente aria
del Tercer Reich. Con la caída del Régimen y la división de Alemania, esos
jóvenes quedaron en tierra de nadie, y a partir de ahí se inicia la aventura de
la reunión entre la hija y la madre. Una aventura con trágicos recovecos que no
puedo revelar en modo alguno, aunque lo esté deseando, porque forman parte del
atractivo de la película en lo que acaso sea su parte más dramáticamente
humana. Ese misterio nos acerca, como dije anteriormente, al trhiller político
como género, pero enseguida descubre el espectador que lo que aparece ante sus
ojos, por monstruoso que nos pueda parecer, es un drama íntimo, acezante,
humano, demasiado humano, que nos sitúa en una suerte de encrucijada moral, y
que nos exige, además, una respuesta personal. El guión es lo suficientemente
milimétrico como para que nada de lo que se pueda intuir durante el visionado,
sea lo que al final sucede, lo cual deja al espectador sumido en el estupor más
absoluto.
Técnicamente, la película es muy notable,
porque al narrar los dos tiempos de ambas vidas, se distingue el del pasado
mediante un uso del tratamiento del color con un exceso de grano en la textura
del fotograma que consigue no solo un efecto de verosimilitud total para crear
un registro de documental, sino también la
imprecisión en la identificación de los personajes, de modo que el espectador
se interrogue permanentemente por el sentido de esas imágenes y su relación con
la narración en tiempo presente. No añadiré más datos sobre la trama porque ha
de ser el espectador el que asista a ciertas revelaciones que actúan, al modo
de la tragedia griega, de manera catártica. Sí puedo decir, sí debo decir, que
la suerte de no conocer a los actores y actrices de la película, salvo el caso
de Liv Ullmann, que aparece un poco como florero de la historia, aunque hace
que la cinta suba muchos enteros cada vez que aparece en escena, y más hacia el
final, consigue que el verismo de la historia sea total. El cuarteto
protagonista viven un drama familiar en el que nos vamos introduciendo poco a
poco, para que cuando llegue el desenlace o el desvelamiento del misterio, nos
quedemos como ellos: estupefactos, con la mirada perdida en el horizonte del
mar, devastados por la perplejidad y consumidos por un odio atenuado por un
extraño amor. Si a ello unimos la filmación en unos exteriores noruegos que,
con estos calores, parecen una invitación a reservar el primer vuelo para el
septentrión, todo contribuye a la creación de una película que perdurará en la
memoria del espectador, por la necesaria crudeza del tema, porque la película
ha de entenderse también como un intento de película-denuncia para que no nos
borren la memoria colectiva del horror, ni nos la dulcifiquen hasta
banalizarla. La parte “alemana” de la película, rodada en la antigua Alemania
del este, recordará La vida de los otros,
con la que puede ser comparada sin perder nada en la comparación, y con Bye, Bye, Lenin, porque la sordidez cartesiana
de los barrios populares de la Alemania proletaria para la que…. Casi se me
escapaban ya hilos de la trama que debo silenciar. Vayan ya a verla, porque un
crítico no puede contenerse tanto sin que la retención informativo le pase
factura.
No vi la cinta, pero debería, porque cae en el campo de mi trabajo, de mi afición, y de mi interés personal en el tema como simple humano... Sobre todo, después de la exigente crítica que haces de ella, Juan. En el fondo, toda película es histórica, porque todo cuanto diga o trate está en los libros, escrito, o, rizando el rizo, se escribirá... Destacaré, en el caso de ésta, el drama que supuso para una generación entera no ya la propia guerra, que también, por supuesto, sino la herencia diseminada en forma de niños desclasificados, auténticos apátridas bastardos que no tenían encaje en parte alguna, estigmatizados por el doble pecado primigenio: haber sido engendrados por la estirpe germana en los vientres colaboracionistas... También entraban en el saco las innumerables violaciones, supongo...
ResponderEliminarUn abrazo
Debes, Javier, debes..., porque es de una sobriedad formal y de una contundencia argumental que a buen seguro que te dejará... no diré complacido, por la atrocidad que se narra, pero sí fuertemente impresionado.Y luego están los paisajes noruegos, claro esta...
ResponderEliminarVi esta interesantísima película el viernes, y coincido plenamente contigo. Es un complejo entramado político y personal que no desvela hasta el final los secretos que encierra. El drama está oculto tras un velo de secretos y podría haber seguido así hasta el final, si no fuera por la intervención de ese abogado que hurga en una herida cerrada en falso. Nada es lo que parece. Al estilo de Ken Follett, por ejemplo, el director va dosificando las pistas que más que aclarar desconciertan. ¿De qué huye la joven en el bosque? Y al final se sabe todo, la terrible verdad: los hijos apátridas, utilizados por un régimen totalitario para mejorar la raza aria; las mujeres desesperadas, obligadas a ejercer funciones innobles; las madres forzadas a separarse de sus hijos... Y las personas, esas hormiguitas insignificantes empeñadas en sobrevivir y ser razonablemente felices con un trabajo, una familia, una vida digna... luchando siempre contra el destino que nos imponen quienes juegan sin piedad en el tablero del mundo controlando todas las piezas y todos los movimientos. Una historia aparentemente pequeña que encierra grandes verdades, algunas muy incómodas. Yo entendí que las dos vidas son la de la usurpadora y la de la fugitiva, aunque la madre es un personaje fundamental. Los paisajes son fantásticos y forman el marco perfecto para una historia dura que merece ser amplimente difundida. La recomiendo, sin duda. Un abrazo.
ResponderEliminare alegro de que te haya parecido también una excelente película. Los críticos, casi siempre, aquejados del mal del subjetivismo, dudamos de ser capaces de emitir juicios que se acerquen a la objetividad. Ya somos dos. Cuando coincidamos con alguien más, podremos decir que nos asiste la objetividad, esa diosa esquiva...
EliminarLas dos vidas son, en efecto, la que no puede llegar a ser vivida y la impostura, aunque la misma impostora reúne en ella misma ambas, teniendo en cuenta lo decisiva que resulta para que maten a la auténtica. La expresión de haberlo perdido todo lo que le daba sentido a su vida, aunque fuera una falsedad, no se me borra..., pero a todos nos llega la justicia poética, sin duda.
Gracias por la visita a este apartado rincón.