Un thriller
narrado con nervio, excelente puesta en escena y unos exteriores sugestivos,
pero con un final deplorable que no anula todo lo anterior.
Título original: The Limping
Man
Año: 1953
Duración: 76 min.
País: Reino Unido
Dirección: Cy Endfield
(Acreditado como Charles de Latour)
Guion: Ian Stuart Black, Reginald Long, Anthony Verney
Música: Arthur Wilkinson
Fotografía: Jonah Jones
(B&W)
Reparto: Lloyd Bridges, Moira Lister, Alan Wheatley, Leslie Phillips,
Hélène Cordet, Andre Van Gyseghem, Tom Gill, Bruce Beeby, Rachel Roberts,
Lionel Blair, Charles Bottrill, Robert Harbin, Verne Morgan, Marjorie Hume,
Raymond Rollett, Jean Marsh.
Estoy descubriendo una veta del
cine inglés muy curiosa, la de los directores que, exiliados por obra
destructiva e inquisitorial del macartismo, hallaron refugio en Gran Bretaña y
contribuyeron a la creación de un estilo de cine negro que, respetando los
grandes aciertos del cine usamericano, incorporaba un «toque» propio,
relacionado, como es obvio suponer, con los hábitos de investigación de esa
institución de renombre universal que es Scotland Yard, cuyo nombre, para los
curiosos, tiene que ver con el edificio que ocupaba la policía, en ningún caso
con Escocia. Cy Endfield firmó algunas de sus obras con pseudónimo, como esta
en la que usó el de Charles De Latour. Por un crítico de FilmAffinity sé,
además, que la referencia de la novela y del novelista en la que supuestamente
se inspira la película son un referente falso, lo que induce a pensar en que la
historia sea obra suya o de otros represaliados por la inquisición
anticomunista que se enseñoreó del Senado usamericano en los años 50.
Que el
protagonista sea Lloyd Bridges, padre de dos famosos actores en nuestros días,
Jeff y Beau, añade un punto de curiosidad al visionado, porque vamos fijándonos
en la herencia fisionómica que dejó en sus hijos y en los gestos, miradas o
sonrisas que delaten la descendencia. La historia comienza en un avión en el que
un exmilitar regresa a Inglaterra para reunirse con la mujer de la que se
enamoró perdidamente cuanto estuvo destinado en Inglaterra. Han pasado seis
años y, nada más bajar del avión, el pasajero que caminaba delante de él hacia
el control de pasaportes y la retirada del equipaje cae abatido por los
disparos de un tirador que, desde una notable distancia hace un blanco exacto.
Retenido por la policía, inmediatamente vemos los modos de acción de una pareja
de investigadores de muy distinta naturaleza, y entre los que la disparidad de
criterios alimentan una esgrima verbal que parece prometer lo suyo, además de
que uno de ellos, el más joven, se pasa la película insinuándose a todas las
sospechosas de buen ver a las que han de entrevistar, lo que le da un punto de
humor británico que se agradece. La enamorada del piloto ha sido la amante
durante de este tiempo de un mafioso a quien haber sido dado por muerte le
resuelve el problema del acoso policial, pero se lo oculta al recién llegado,
quien no acaba de comprender lo que pasa, aunque intuye el peligro en el que se
halla su enamorada. La puesta en escena londinense está muy bien buscada, y las
escenas en el pub al lado de un callejón que da al río recuerdan poderosamente,
la excepcional Promesas del este de Cronenberg, por ejemplo. Como el
supuestamente fallecido era el marido de una actriz que se dedica a los trucos
de magia y a la canción, la trama se interna en el siempre sugerente espacio de
los camerinos, los bastidores y la tramoya teatral, donde siempre se encuentran
rincones y ángulos que permiten enfoques sorprendentes para la acción de los
protagonistas. Lo que prevalece es la
implicación del enamorado en la búsqueda del modo como salvar a su futura mujer
del peligro cierto que la acecha, razón por la cual la policía pretende «atarlo
en corto». Finalmente, la colaboración entre ambos llegará hasta el primer y
autentico desenlace en el anfiteatro de la sala, el espectacular remate de un
descubrimiento que supone un giro de guion no por utilizado menos efectista,
pero ahí quiero yo que lo vean los aficionados.
Del segundo
desenlace no digo ni mu, salvo lamentar que lo hubieran rodado. La película es
muy potable y no merecía ese chafarrinón que algo la ensombrece. Como recuperación, no obstante, de un cine que
tuvo su época y su público, que creó unos modos de contar que rescatamos en
obras mayores de autores como Losey, por ejemplo, no es tiempo perdido verla y pasar un rato
estupendo de buen cine, por más que pase por B, por su producción, que no por
las buenas artes derramadas en ella.
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