Cruzar los Umbrales enmascarados nos lleva al centro del laberinto donde late una herida, la herida: una ausencia irremediable y fatal, mortal y rosa…
Título original: Anatomía de
un Dandy
Año: 2020
Duración: 90 min.
País: España
Dirección: Charlie Arnaiz,
Alberto Ortega
Guion: Óscar García Blesa,
Emilio González, Álvaro Giménez Sarmiento
Fotografía: Luis Ángel Pérez
Reparto: Documental, (Voz:
Aitana Sánchez-Gijón) (intervenciones de: Francisco Umbral, María España
Suárez, Raúl del Pozo, Juan Cruz, Manuel Jabois, Pedro J. Ramírez, Ángel
Antonio Herrera, Antonio Lucas, David Gistau, Victoria Vera, Ramoncín).
Llegué tarde al
Umbral novelista, a pesar de ser tan prolífico y de la polémica que en el 77
despertó ¡el título! de su obra La noche que llegué al Café Gijón,
porque los puristas decían que había de escribirse la preposición «en»
precediendo al relativo. En aquella juventud ignorante mía poco más se me quedó
de aquella exploración de la memoria. Umbral, entonces, era, para mí y para
muchos, el Umbral de las negritas de El País, un cronista de sociedad
con verbo valleinclanesco y muy mala leche, aunque con un excelente ojo clínico
para radiografiar la época. Umbral era una figura antigua: de salones
literarios, conjuras de redacciones y exhibiciones wildeanas de dandismo de
capa española o abrigo de astracán. Umbral fue siempre, un «muchachito de
Valladolid» con ganas de «comerse el mundo» y sentar plaza de escritor
reconocido y celebrado. Las ninfas, que leí no hace mucho, es algo así como
la crónica de la despedida de la «provincia», de igual manera que La noche que
llegué al Café Gijón es la crónica del encuentro con su «destino».
El documental toma
el título de su libro sobre Larra, un referente indiscutible para cualquiera
que quiera convertirse en un periodista que vaya más allá de la noticia y
aspire a detectar el pulso de una época y sea capaz de radiografiarla del modo
más elocuente y lúcido posible. Que fuera amparado por Delibes en El Norte
de Castilla y luego avalado por él para su aventura madrileña nos habla de
un auténtico profesional del periodismo que aspira, sin embargo, a convertirse
en escritor celebrado, teniendo, como tenía, muy cercano el ejemplo de Camilo
José Cela, quien lo ayudó en sus comienzos para que le fueran publicadas sus primeras
novelas.
Un documental
biográfico es un género muy frecuente, pero construirlo con los materiales
precisos para seleccionar lo esencial no está al alcance de todos cuantos
frecuentan dicho género, y a veces, sobre todo por la selección de los
invitados, puede haber alarmantes descensos de nivel. No es el caso. Cualquier
espectador que lo vea tendrá una acabada imagen del escritor y es posible que
incluso le resulten novedosas algunas revelaciones que solo muy recientemente
fueron conocidas, como sus orígenes familiares y, sobre todo, la visión del
lado familiar de Umbral antes, durante y después del nacimiento, desarrollo y
muerte de su hijo «Pincho», quizás la parte más dolorosa y humana del
documental, una fatalidad que marcó desde muy temprano la vida del escritor,
pues el hijo muere en 1974, a los seis años de edad. El desengaño, el acerbo nihilismo
del autor lo lleva a crear un personaje, ese que acabará siendo uno de los ejes
de la vida mediática de este país, el archiclásico personaje del «Yo he venido aquí a hablar de
mi libro», en la célebre entrevista en televisión, entonces la única. La
glaciación que sufrió el autor a resultas de la muerte de su hijo lo congeló en
una imagen estereotipada a la que, sin embargo, logró, por sus propias
capacidades intelectuales, extraerle un rendimiento extraordinario, en término
de posición social y literaria. Con todo, las varias caras de Umbral se ven con
claridad en el documental y todos podemos comprobar, más allá de la figura
pública, la existencia de un profesional de la Literatura que trabajaba con
rigor y perseverancia, lo que se sumaba a las dotes innatas que le permitieron realizar
una obra que se ha ido revalorizando con el tiempo.
La presencia de
su mujer María España Suárez, que fuera fotógrafa de El País, tiene un valor
histórico irreemplazable, y todo lo relativo a la relación de «Paco» con su
hijo y con la tragedia sufrida logran emocionar al espectador, porque esa
faceta hogareña y de padre dedicado al «hijo», una vida que iba mucho más allá
de la mera descendencia tanto para ella como para él, y, por lo visto en el
documental, la criatura era un auténtico cascabel que podía colmar plenamente las
expectativas de sus padres.
Umbral no solo quería ser escritor, sino
también «leyenda». Valle Inclán dijo en una
ocasión que él no escribía en gallego porque ser el primero en la lengua del
terruño era demasiado fácil, que él lo que quería era competir con
cuatrocientos años de gloriosa literatura española. Umbral, sin esa megalomanía
de don Ramón, pero teniendo presente que Madrid ha sido el centro de una
Literatura tan importante como la española, aspiró siempre a dejar la impronta
de su persona y, por supuesto, de su obra. El retrato de Umbral con su bufanda,
su abrigo largo de astracán, la melena al viento, las largas patillas a punto
de ser de hacha y las gafas cuadradas como dos grotescas y diminutas pantallas
de televisión ha quedado para siempre, ¡inconfundible! Pero también su figura
de periodista innovador y leidísimo, siguiendo la estela de su amado Larra. No
solo por sus famosas negritas y por sus crónicas de la «Movida» y de una
sociedad, como la madrileña, en permanente ebullición desde el 78, arrebatándole
a Barcelona la capitalidad cultural de España, o por sus artículos biográficos
de escritores que culminaban una tradición, la de las biografías que escribiera
Ramón Gómez de la Serna, con quien también tiene Umbral no pocos puntos de
contacto.
Como reciente aficionado a su obra —lo
primero que he hecho después de ver el documental es ir a comprar Mortal y
rosa, por supuesto—, me ha llamado poderosamente la atención que no
apareciera ni siquiera citada una obra suya que para no pocos críticos pasa por
ser su obra maestra, me refiero a Leyenda del César visionario, sobre la
figura de Franco, los escritores falangistas que apoyaron el Movimiento
Nacional y sobre la terrible España ultramontana que estaba gestando esa rebelión
contra la Segunda República. Umbral ha acabado creando un estilo propio, pero muy
cercano a los dos grandes referentes de su obra: Valle Inclán y Cela. Su envidiable
capacidad de penetración en el pulso de una época, además del uso y abuso de la
temeridad en los juicios históricos y personales de las grandes figuras del
pasado y del presente, una iconoclastia propia del «muchachito de Valadolid»
que ha de destronar a sus predecesores para ocupar su propio espacio, tienen en
la novela sobre Franco y lo que tímidamente comenzaba a ser el franquismo una
verdadera joya literaria que satisfará a los intelectores más exigentes.
La sabia combinación de las fuentes
documentales y la presencia de testimonios vivos, salvo el malogrado periodista
David Gistau, permiten componer un retrato acabado del escritor. Para muchos
espectadores, repasar la vida de Umbral constituye un ejercicio de
autobiografía, porque, por lejos que se estuviera de su obra seria o periodística,
¡no menos seria!, Umbral ha sido lo que todos entendemos como «personaje
público» mucho antes de que estallara esta sociedad mediática y mediatizada por
el éxito a cualquier precio y sin ninguna virtud, justo lo contrario de lo que
él representó; su figura, sus salidas de tono, sus desplantes, sus
transgresiones, su dandismo en tiempos de mediocridad, etc. nos han acompañado
a muchos a lo largo de nuestra larga vida. Este documental, sin embargo, tiene
la virtud de abrirnos de par en par la exacta dimensión de la herida íntima que
transformó su vida, para bien, para mal y para disfrute o aborrecimiento del
público al que todo lo daba y al que nada debía. Las imágenes patéticas de su
final son el contrapunto de las soberbias de su época triunfal, pero ambas son
máscaras, enseguida se advierte y él lo reconoce, de otro Umbral, íntimo y
herido, que todos los espectadores podemos contemplar con sobrecogimiento y una
compasión que, imagino, jamás aceptó de nadie. ¡Cómo resuena aún esa reacción
humana suya cuando alguien quiere consolarlo diciéndole «Si Dios lo ha querido…»
y a él le sale de las entrañas el «Pues muy hijo de puta Dios, ¿no?»!
En definitiva, un acercamiento honesto y riguroso a una figura clave de la España intelectual del posfranquismo y el estallido democrático del 78. Descanse en paz (Junto a «Pincho»). Se le lea en paz.
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